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¡Para mí la alita!

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Fecha Publicación: 10/05/2024 - 22:00
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“Para mí la alita” es una expresión vicaria de otras muchas que habremos vivenciado en primera persona, sin reparar en el particular sentimiento que hay detrás. La familia en pleno se arrellana en el sofá para ver la película prometida. Se pone en “pausa”, mientras se espera a la crujiente “canchita”, ¡será que su compañía despierta la sensibilidad hacia el séptimo arte! Las expectativas para comenzar están al tope. Hay un momento de desconcierto, no todos están sentados en el sillón. Cuando se oye una voz cariñosa y firme: la silla es más alta, desde aquí se ve mejor. Dale play. Se podría abundar en escenas de la vida familiar en la que los hijos –beneficiarios plenos– no nos hicimos cargo de que un quien lo hacía posible porque lo organizaba, lo construía o porque se privaba o renunciaba a un bien legítimo. La figura del ala es ejemplar y pedagógica. Sentados a la mesa, el hijo, con los ojos chispeantes de placer, hinca los dientes en la pechuga de un pollo a la brasa; en otra escena, la mamá, con delicadeza y finura, se aventura –con una sonrisa de satisfacción– a asediar las láminas de carne que adornan el ala.
El libro “Los Simpson y la filosofía”, 2019, refiriéndose a Marge explica –a mi juicio– con claridad el porqué actúa una madre. El bien que persigue cuando toma decisiones es el bien de su familia y, por lo tanto, su propio bien. No toma decisiones en espera de reciprocidad, sino porque la propia naturaleza de estas decisiones es la reciprocidad: lo que es bueno para ellos, es bueno para ella. Entender que buscar mi propio bien es buscar el bien del otro, es intentar alojarse en las entrañas del amor de una madre. Los hijos no somos sus huéspedes, somos parte de ella. Cuando esa parte está feliz, toda ella también. Formulado de otra manera, la madre está feliz cuando el hijo lo es o cuando pone los medios para que lo sea. Marge, a través de la felicidad de su familia alcanza la propia eudaimonia (sentimiento de satisfacción). Las sencillas tareas domésticas la hacen feliz porque contribuyen al bien de su adorada familia.
Al volver a casa, la madre nos descubre que el amor prefiere –sin perder un ápice de su categoría– mostrarse y expresarse en la trama de la vida cotidiana, con signos tan sencillos pero arrebatadores como una sonrisa, un beso, un abrazo, la atenta escucha, un espaldarazo ante una difícil decisión. Asimismo, que en la capacidad de ajustarse a las necesidades de cada miembro de la familia radica el curso y la irradiación del amor. Estas condiciones o características maternales nos recuerdan que la familia es el mejor espacio donde se aprende y experimenta el trato como personas; gracias a la madre, los hijos somos queridos por lo que somos no por lo que hacemos.
Que un modo de celebrar mañana sea agradecer por la familia que es el espacio donde se lucen las mamás. ¡Feliz día!

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