Paradigmas siniestros
En algún momento de nuestra historia política reciente, y forzados por los guiones mediáticos que aparentan la defensa del interés público, se han impuesto en nuestro país condiciones limitantes al accionar de presidentes, ministros, funcionarios, parlamentarios, gobernadores o alcaldes cuya esencia me parece absolutamente deplorable.
Lo detecté por primera vez en un reportaje televisivo que dio cuenta del desplazamiento de una viceministra hacia su centro de trabajo, quien antes realizaba una parada obligatoria en cierta peluquería cercana a su domicilio, usando el vehículo asignado a su persona. El reportaje de marras pintaba la escena como un exceso de dicha viceministra, el mal uso de un bien estatal que le permitía el “lujo” de conducirla a un salón de belleza para acicalarse antes de iniciar sus labores cotidianas. La campaña desacreditadora no paró hasta la renuncia de dicha señora.
Otro ejemplo desconcertante lo escuché en la cadena radial más importante del país, donde un colega periodista intentaba demostrar que el ministro de Salud de entonces había nombrado a una “amiga” en una alta dirección de su despacho. Cabe decir que la “amiga” cumplía los requisitos académicos y laborales, y el ministro explicaba haberla conocido en otra esfera pública, donde le pareció que tuvo un desempeño eficiente. El colega periodista, como quien descubre la piedra filosofal, no dudó en espetarle: “Ah, ¿ya ve? Es su amiga, pues”.
Ahora último, diversos medios de comunicación han tomado la costumbre de calcular el desembolso por los viajes presidenciales, enfatizando que “le cuestan al país y al bolsillo de los contribuyentes” miles de soles. Claro, pintadas así las cosas, es indudable que el ciudadano de a pie quede convencido de que se trata de travesías turísticas o de placer, motivando enconos y enojos elementales, tal como lo lograba exitosamente Joseph Goebbels aplicando sus célebres 11 principios de la propaganda. Hace poco hurgué el parecer de algunos embajadores extranjeros y todos coincidieron conmigo en que constituye una argumentación tribal y deleznable. Sea quien sea el jefe o jefa de Estado, representa a la nación y debe ejercer esa tarea en los foros internacionales junto a quienes considere indispensables para integrar su comitiva.
Y ahora, felizmente, se está volteando la tuerca para derribar ese disparate de adjudicarle “proselitismo” a los congresistas que manifiestan sus diversas posturas políticas o abogan por sus líderes y partidos. Algo que es connatural a la función parlamentaria, aquí y en la Cochinchina.
Recordábamos hace poco con Gerardo Barraza y otros colegas la gran lección que nos dio el gran Francisco “Paco” Igartua como director de la revista OIGA: “Ocúpense de los pecados mortales, no de los veniales”. La corrupción, favoritismos, enjuagues normativos o aprovechamientos indebidos están en otros círculos del quehacer público y no en los que aquí menciono.
Hoy somos prisioneros de un paradigma siniestro de supuestas grandes faltas diseñado por ofensivas mediáticas que deberían apuntar más bien hacia temas neurálgicos del indudable deterioro del aparato estatal.
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