Patria
Bajo la penumbra de la noche parisina, mirando por aquella ventana, no conozco a nadie. Lejos está la patria, “la tierra y los muertos” de Barrés. Enciendo la radio y suena evocador “Mi huaylash”, de Flor Pucarina. Los ojos humedecen, los alfileres hieren.
Había leído Peruanidad, de Víctor Andrés Belaunde anoche. El Perú no es odio ni revancha, es orgullo, mestizaje y grandeza. Garcilaso renacentista, en la feudal Montilla (España) vivía en tiempos de vuelta al ideal grecorromano, pero en ese ambiente provinciano todos tenían un título (conde, marqués…) y él, que no podía tenerlos, recibe el de Inca. Recuerda con amor a Isabel Chimpu Ocllo y su sangre de rey andino bulle. Son tiempos europeos de admiración a los grandes imperios. Así nacen Los comentarios reales; como la Utopía, de Tomás Moro; La ciudad del sol de Campanella o la Océana de Harrington.
Desde la buhardilla de París, el incario se hace enorme, tanto como la extensión del Virreinato. El Perú: civilización y capital de América, historia milenaria. En tiempos de Garcilaso, encajaba en el ideal europeo del imperio romano de los cesares y el de la gran China. No fue ni es un pequeño país. Sintonizo la radio y busco otro canto andino. ¿Y dónde se quedó el Perú? Empaco para retornar.
El Perú es el espíritu liberal del moderno emprendedor urbano que se alza desde el arenal al emporio comercial y es también aquel que desplegó sus grandes alas para alzar su vuelo y remontar todas las alturas.
El antiguo peruano trazó caminos, vías longitudinales que delinearon la corriente sanguínea de un imperio, hirió valles con zanjas y erigió tapias. Perforó las mesetas y ascensos con cordeles. Venció a su geografía brusca e impenetrable. Superó la obra romana de caminos. Llevó la vía real de los llanos por los bordes del océano, extendió acueductos y socavó los cerros para adentrarse en las alturas, hizo de los muros mágica y compleja ingeniería de rocas. Las redes de vías del Tahuantinsuyo fueron las venas palpitantes del imperio.
Si ese es el peruano, el suyo es un espíritu levantisco y productivo. Se rebelan los modernos peruanos que se levantan en las madrugadas heladas para abrir su negocio o trabajar y lo hizo el antiguo, el que erigió el portento de una civilización.
| Sustituyamos el odio que diluye por el orgullo que une. Que la política sea rumbo, no desaliento, miedo o perplejidad.
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