Pedro Olaechea, una figura política
Vivimos tiempos de fronda. La accidentada presidencia de Pedro Pablo Kuczynski le generó al país una profunda crispación social por las razones de su forzada renuncia. La población no había logrado salir del estupor que le produjera la noticia que EE.UU. denunció a Odebrecht por lavado de dinero -usando bancos americanos-, delito por el cual la obligó a pagar US$ 2,800 millones por indemnización al Tesoro de dicho país. Aquello constituyó la largada de una carrera contra el tiempo de las cortes de justicia latinoamericanas para imputar, procesar y condenar, al más breve plazo, entre otras constructoras brasileñas, a Odebrecht. Y como castillo de naipes, empezaron a caer tagarotes políticos como Toledo, Humala, Kuczynski, Fujimori, envueltos en enjuagues multimillonarios con esa firma corruptora que le han costado ene billones de dólares al pobre Estado peruano.
La renuncia de Kuczynski, aparte de convulsionar a toda la nación, generó un tsunami sociopolítico pocas veces visto. Quedó retratada en el golpe de Estado perpetrado por Martín Vizcarra, mandatario accidental que acabó sustituyendo a PPK gracias al voto mayoritario otorgado por el fujimorismo en el “Congreso obstructor”. Las secuelas de estos exabruptos siguen apareciendo. Entre otras formas, trajeadas de renuncias en cadena de ministros de un gabinete que juramentó los primeros días de setiembre y ya lleva perdidos a siete integrantes, teniendo a otros dos más pegados con baba por un Vizcarra desconcertado que cada día dispara nuevos fuegos artificiales ante un escenario socioeconómico de muy mal pronóstico.
Pues en medio de este vendaval, pocos han reparado en la figura estoica de un Pedro Olaechea francamente entregado a su rol constitucional, como presidente de un poder Legislativo vilmente masacrado. Primero, por Kuczynski –creador del infamante eslogan “Congreso obstruccionista”. Luego por Vizcarra, que sostenidamente lo tildara de inútil, oneroso y cuanto epíteto injurioso pueda uno imaginarse, como estrategia demoledora para acabar dándole el golpe de Estado que este mayoritariamente politizado Tribunal Constitucional santificó, para vergüenza de nuestra democracia. Olaechea, ciñéndose escrupulosamente a la Carta, tomó juramento a Mercedes Aráoz, vicepresidenta, como presidente de la República. Porque como explicó a EXPRESO, “Hasta medianoche del 1 de octubre del 2019 el Congreso no estaba disuelto. Recién con la edición del diario ‘El Peruano’ entró en funciones el decreto que disolvía el Congreso. Las leyes siempre entran a la mañana siguiente”, Pedro Olaechea tuvo además la entereza y el coraje de defender hasta el final los fueros parlamentarios. Inclusive se sacrificó presidiendo un Legislativo rengo, convertido en un fuero castrado desde aquel malhadado fallo del TC que ordenó su sepultura tras el ucase de clausura dado por Vizcarra. Olaechea perseveró de manera ejemplar, soportando no sólo humillaciones y desaires oficiales, sino que ha sabido llevar con nobleza los maltratos a la majestad del cargo que, para irritación de este prepotente oficialismo, seguirá ocupando hasta que se instale ese esperpéntico Congreso nacido de una elección pervertida, ordenada por un presidente autocrático.
Pedro Olaechea es ahora una fogueada figura política. La democracia peruana tiene una significativa deuda con quien ha sabido defender sus fueros.