Peligroso vacío de autoridad…
En esta columna publicada la semana pasada hicimos hincapié en la necesidad de que el gobierno y todo el Perú recupere su fuerza moral porque sin ella no se puede ganar jamás una guerra, ni contra un ejército enemigo, ni contra la delincuencia, ni contra la pobreza, ni contra la ignorancia o la falta de salud, entre otros muchos enemigos potenciales, pues cuando los dirigentes de un país solo son referentes de un desmoronamiento ético, este tiende a generalizarse hacia la base social, provocando el desmantelamiento de las virtudes que sustentan el bien para imponer una generalizada corrupción que denigra a todo el país.
El enseñoreamiento delincuencial en las calles, en el comercio, en el transporte, en las viviendas multifamiliares, en los quioscos, en la trata de personas con una desbocada prostitución callejera, en una actividad minera ilegal que comienza a liberar territorios al mejor estilo senderista, el narcotráfico que va desde la cocaína hasta las drogas sintéticas, destruyendo el ser de nuestros jóvenes por su consumo o por esa podrida rentabilidad económica cuya volatilidad lleva, por lo general, a la cárcel a muchos ilusos o a la muerte por guerras entre mafiosos; con sicarios recaudadores o ejecutores de sentencias de muerte, que genera a las organizaciones delictivas un masivo enriquecimiento que les permite comprar conciencias y, no sería raro, también pagar cupos de protección a favor de venales autoridades, en una sucesión de cupos y coimas que van convirtiendo el imperio del Estado de derecho en un imperio delincuencial frente al cual ningún ciudadano tiene protección alguna.
La naturaleza también reacciona. La tala masiva e ilegal y la extracción de oro en la ribera de los ríos amazónicos está destruyendo la selva, que hoy soporta temperaturas de infierno que comienzan a provocar incendios, aun en la serranía, y la disminución del caudal de los ríos a niveles alarmantes, como un llamado de atención para imaginarnos lo fácil que podría ser la desertificación amazónica.
Se conoce cuando hay un verdadero Estado de derecho por los resultados de su institucionalidad, gobernabilidad y gobernanza en el aseguramiento de su finalidad política y social para cumplir su obligación de garantizar paz y seguridad a su población a fin de que cada quien coseche el fruto de su esfuerzo en los proyectos de vida que desarrolle a favor de sí y de su familia.
Un Estado que no produzca ese resultado, permitiendo con indolencia inaceptable que impere el crimen organizado, solo refleja la falta de liderazgo, legitimidad y coraje de sus gobernantes quienes, como ocurre a diario en el Perú, desatan guerras entre instituciones estatales para usufructuar el poder en su particular beneficio, dejando al pueblo abandonado a su suerte.
Hay evidencias históricas que muestran que toda paciencia se agota y que las ollas de presión social estallan en algún momento, y no siempre para bien.
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