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Perú es un gigante turístico que aún no despierta

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Fecha Publicación: 14/08/2025 - 22:00
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Recuerdo mi primer trekking, uno que en ese momento consideré una hazaña: Marcahuasi. Tenía unos 15 años, llovió y no estaba preparado para eso. La primera noche fue difícil, pero la mañana siguiente el paisaje me recompensó con creces. Aquella experiencia me marcó tanto que regresé varias veces, explorando nuevas rutas y disfrutando de sus particularidades.
Esa sensación de descubrimiento, de estar frente a algo único y transformador, es la misma que inspira expediciones como la que, esta semana, llevó a tres alpinistas catalanes —Marc Toralles, Rubén Sanmartín y Bru Busom— a abrir una nueva vía en el nevado Yerupajá, la cumbre más alta de la cordillera de Huayhuash y la segunda del Perú. Su hazaña, además de un hito para el alpinismo, es un recordatorio de que el país puede ofrecer experiencias excepcionales que van mucho más allá de Machu Picchu y Lima Metropolitana.
Por eso es necesario dialogar sobre cómo abordar el turismo y por qué debe ser uno de nuestros principales ejes de desarrollo. Comparándonos con otros países que aprovechan sus activos culturales y geográficos: España recibió en 2024 alrededor de 94 millones de turistas internacionales; Italia, 67 millones; y Egipto, 15 millones. Perú, en cambio, apenas superó los 3,2 millones, todavía lejos de los niveles prepandemia y muy por debajo de su verdadero potencial.
No se trata solo de cifras. La diferencia radica en cómo estos países han convertido su patrimonio —histórico, cultural y natural— en un motor económico sostenible. En Perú, la excesiva concentración en Machu Picchu y algunos circuitos limeños limita el flujo turístico y deja desprotegidos cientos de sitios arqueológicos y naturales. La caída de un muro en Kuélap en 2022 o los daños causados por particulares en diversos sitios arqueológicos son síntomas de una dejadez estatal frente al patrimonio.
Además, uno de los pilares del turismo —la cultura— ha sido reducido, en muchos casos, a narrativas estandarizadas y folclorizantes, donde lo autóctono se convierte en espectáculo para el visitante. Esta visión empobrece la experiencia y excluye la participación genuina de las comunidades locales. Un turismo que no integra la diversidad cultural del país termina siendo un ejercicio extractivo: usa y desecha, como quien toma una foto y se marcha, sin dejar capacidad instalada ni valor agregado.
El turismo, para ser un motor económico real, debe construirse sobre lógicas participativas, donde las comunidades no sean solo anfitrionas pasivas, sino cocreadoras de la experiencia. Esto implica darles espacio para ofrecer su propia visión del territorio, su historia y sus tradiciones.
Tampoco podemos ignorar el papel de la tecnología. La digitalización de museos, recorridos virtuales y aplicaciones interactivas ya son parte del presente turístico. El Perú podría implementar rutas virtuales, sistemas de reserva integrados para turismo comunitario y catálogos digitales que permitan conocer artesanías y gastronomía antes de llegar.
Diversificar, descentralizar y modernizar sin perder autenticidad: ese es el camino. El día que recorrer el Perú sea tan codiciado como recorrer España, Italia o Egipto, habremos convertido el turismo en algo más que un eslogan.

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