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Petro contra Perú: Una tensión dosificada para distraer y provocar

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Fecha Publicación: 06/08/2025 - 09:03
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Mientras Colombia atraviesa una crisis de gobernabilidad y seguridad —vinculada al auge y la impunidad del narcoterrorismo—, marcada por escándalos judiciales y fracturas institucionales, el presidente Gustavo Petro recurre a una táctica conocida: dosificar conflictos externos para distraer tensiones internas. Esta vez, el blanco es Perú.

La presión y la desaprobación ciudadana sobre Petro se intensifica. Su gestión es altamente mediocre y hasta regresiva para el desarrollo colombiano. Picón y vengativo, como se caracteriza, no se descarta que intente atornillarse al poder político y presidencial.

Las revelaciones de la exdirectora de la Revista Semana y reconocida periodista Vicky Dávila —incluyendo chats comprometedores sobre su vida disoluta en torno a las drogas y otras graves irregularidades en su campaña— han encendido todas las alarmas. Además la manipulada condena contra Álvaro Uribe, considerada por muchos dentro y fuera del país (ver contundente editorial del Wall Street Journal) como una venganza política y judicial de la izquierda, ha exacerbado la polarización. Los dichos de Dina Boluarte en el Mensaje Presidencial del 28 de julio —afirmando que Perú evitó convertirse en un "Estado fallido" como Cuba, Venezuela, Nicaragua o Bolivia— parece también haber desatado el desquite de Petro, alineado con esos regímenes y dolido por la caída de su cercano Pedro Castillo.

Petro ya había intensificado sus señalamientos contra Perú, acusando a Boluarte de ilegítima y sugiriendo una “ruptura democrática” que justificaría su aislamiento regional. Lo hizo desde foros sesgados como la CELAC y redes sociales, presentándose como defensor de los marginados y víctima de las "élites derechistas". El cuento de siempre, otra réplica de Evo Morales.

Lo preocupante hoy es el uso de Perú como chivo expiatorio, sin importarle los resultados y acompañado de una retórica temeraria que oculta hechos incómodos. Petro acumula denuncias por financiamiento ilícito (del narcotráfico), tráfico de influencias y abuso de poder, mientras su coalición se desmorona y las calles se le voltean.

Su estrategia incluye gestos y remedos ante organismos internacionales, declaraciones explosivas y amplificación mediática, pero esta fase incorpora un elemento adicional: la porosidad de la frontera colombo-peruana, por donde avanzan estructuras criminales transnacionales con cada vez menos obstáculos.

Mientras los reflectores apuntan al enfrentamiento verbal, la criminalidad fronteriza prospera. Esta dualidad revela una agenda encubierta: el elaborado conflicto con Perú no es solo discursivo, sino funcional para descomprimir presiones internas.

La ofensiva ha llegado a extremos insólitos. Petro acusa al Perú de ocupar la isla Santa Rosa, ubicada en la triple frontera amazónica. Lo que parece una bravuconada diplomática es, en realidad, una evidente cortina de humo para tapar el incendio político que consume a su desgobierno.

Por otro lado, el exguerrillero y hoy presidente guarda silencio sobre el avance de grupos narcoterroristas en Loreto y el Putumayo, incluidas "disidencias" de las FARC y otros criminales organizados que atacan comunidades nativas peruanas. Petro calla y hasta parece consentir el avance de estos peligros antiperuanos. ¿Dónde está la condena o la acción real de Petro frente a estas incursiones armadas?

La amenaza de su ministro del Interior, Benedeti, de llevar al Perú a La Haya por una isla que, según tratados vigentes, pertenece legítimamente al Perú, es una obvia maniobra calculada y distractora.

El asunto aquí no es solo una isla. Es que se cuestiona atrevidamente la soberanía del Perú, la seguridad del territorio y la legitima resistencia frente a una red de complicidades que parece unir a Petro —un viejo aliado del castrochavismo— con el juego expansivo de las "ex-FARC", el ELN (y su "paz" negociada de impunidad), Maduro, el Cártel de Los Soles y los regímenes dictatoriales y autoritarios de la extrema izquierda en la región. El Perú no puede ser el "punching ball" de un presidente acorralado por problemas internos. Y menos aún, el terreno de expansión de las narcoguerrillas y otros criminales organizados que Petro no quiere enfrentar como es debido.

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