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¡Plata como cancha!

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Fecha Publicación: 18/11/2021 - 21:20
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Existe un lugar común entre los periodistas a cerrar filas cuando uno de ellos es demandado por difamación por un presunto agraviado. Se apela siempre a la libertad de expresión como principio máximo de una sociedad democrática, derecho fundamental y poco menos que se pone al demandante como un personaje sin convicciones cívicas, tolerancia ni democráticas, máxime si se trata de una persona pública.

Todo esto, por supuesto, es una falacia; para ser más preciso la del “hombre de paja” que consiste en ridiculizar una posición de tal manera que la caricatura resulte fácil de derribar con seudo argumentos.

En el caso que nos ocupa, el hombre de paja vendría a estar personalizado por César Acuña, un político cuya apariencia está expedita como “hombre de paja” y encarna los argumentos de una demanda por difamación contra el periodista Christopher Acosta, cuyo libro “Plata como cancha” lo retrata de manera non grata. Acuña acaba de ganar la demanda contra el periodista y la casa editora por cien millones de soles, pidiendo que los responsables señalen bienes libres para el embargo.

La protesta de las ONG y la cofradía de los coleguitas no se ha hecho esperar. El IPYS y el Consejo de la Prensa Peruana, así como El Comercio han comunicado y editorializado en defensa de Acosta y en contra de Acuña, con la inviolabilidad de la libertad de expresión como argumento fundamental.

Pero el triunfo de Acuña, peculiar en el Perú, es moneda corriente en los países civilizados y con mucha más trayectoria en libertad de prensa, expresión y democracia que el Perú. En 2020, una corte australiana confirmó una indemnización récord para el actor Geoffrey Rush por difamación. El tabloide Daily Telegraph tuvo que pagar al actor australiano 2.03 millones de dólares por ganar el caso. El Daily había acusado sin pruebas de mañoso al actor.

El juez Michael Wigney estimó que, leyendo el artículo, los lectores razonables concluyeron que el actor era un “perverso”, sobre la base de informaciones en su mayoría no contrastadas. Otro caso fue el de la actriz Rebel Wilson que ganó su juicio por difamación contra otro medio australiano.

“Demasiado a menudo los tabloides y los ‘periodistas’ que trabajan en ellos no se rigen por la ética profesional”, dijo la actriz tras una victoria por la que será compensada económicamente. El tabloide la acusó de ser una “mentirosa compulsiva”.

Tal vez el caso más célebre fue el del actor Tom Cruise, esta vez no contra la prensa sino contra un autor y su casa editora que había afirmado que el actor era homosexual y que había sostenido relaciones sexuales con él.

El abogado de Cruise sostuvo que el actor pretende demandar por difamación a cualquier persona que propague falsos rumores sobre él. “En la medida en que la gente escriba historias que lo difamen, irá detrás de ellos”. Cruise donó los 10 millones de dólares de indemnización a causas benéficas.

Todo lo dicho no abona en las tesis del IPYS, el CPP y El Comercio, ni tampoco en el espíritu de cuerpo de los coleguitas a favor de Acosta ni en contra de Acuña. Por el contrario, demuestra que el principio de la libertad de expresión tiene sus límites en la ley y en la deontología periodística, y que ser hombre de prensa no da patente de corso para difamar a nadie si una corte así lo estima.

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