Populismo e impunidad
Por Edistio Cámere
¿Es posible que la impunidad se luzca en un estado efectivamente de derecho con sus poderes funcionando convenientemente y con autonomía? Tal parece que no. La impunidad reclama de un ejecutivo que relaja su gobierno buscando congraciarse con sus electores, o conseguir respaldo a sus iniciativas, para lo cual otorga prebendas a cambio. Por último, sin viento que lleve la nave a buen puerto, los colectivos o grupos de poder solamente eliminarán los arrecifes cuando obtengan sus propósitos. Si un gobierno concede a unos y a los otros les aplica todo el rigor de la ley; con el paso de los días y, a tenor de los resultados, estos últimos aprenden que “dar algo” es el atajo para conseguir sus objetivos.
Un buen gobierno se sostiene y ejerce sobre la base del conocimiento de las cosas, de la objetividad, de la eficiencia y de la prudencia. Por el contrario, gobernar un país, pendiente de lo que marca el barómetro de la popularidad, a punta de humoradas, de intereses subalternos y de una ideología sectaria, no solamente es ineficaz desde el punto de vista de la mera administración de la cosa pública, sino que esa ineficacia se agrava porque el ejecutivo pierde ascendencia por falta de coherencia y consistencia.
Cuando la autoridad se deteriora, quien gobierna responde – para suplir esa carencia – con poder, el que le otorga la fuerza y la potestad de promulgar leyes, con lo cual, termina conculcando libertades y enajenando responsabilidades.
El populismo necesita del poder para conceder, pero también lo necesita para sufragar el costo de granjearse simpatías, sea cargando de impuestos a los agentes económicos o para endilgarles la culpa de todos sus desaciertos. En nuestro país, 8 de cada 10 peruanos se encuentran ubicados en la denominada “informalidad”, espacio copado por un gran y diverso espectro de peruanos acostumbrados a no esperar atención alguna por parte del Estado; por tanto, la satisfacción de sus necesidades básicas y sus ingresos económicos son producto de su esfuerzo personal y colectivo –la familia extensa juega un rol complementario, en este sentido–, sin embargo, dentro de esta categoría también se hallan quienes desarrollan actividades económicas ilegales y, dadas las conexiones y el capital que mueven, se configuran en verdaderos grupos de poder.
Las políticas populistas no pueden sufragarse exclusivamente mediante la recaudación de impuestos, pero sí con los ingresos provenientes de las actividades ilícitas que, para seguir con la dinámica del dar y recibir, actúan con impunidad frente a diversas actividades de esos grupos. En la vertiginosa carrera por ganar más y ampliar sus “negocios”, los grupos de poder obligan al gobierno populista a ser más laxo en las sanciones, al extremo que relaja y afloja el comportamiento y finalidad de las instituciones. El respeto al estado de derecho y a las instituciones es condición indispensable para que una nación sea viable e incorpore cada vez más a los “informales”.
La gran incógnita actual: crece el 20% o ese porcentaje se diluye en la informalidad. El populismo va en esa dirección.
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