Por los caminos del Señor
Hola…
Este domingo, nuestro saludo cordial a todos los papás, en este día en el que los celebramos, al tiempo que elevamos al cielo nuestras oraciones con abundantes bendiciones para cada uno de ellos.
Hace algunos años, recuerdo una conversación con una amiga sobre la relación entre padres e hijos. Comentábamos cómo, en ocasiones, esa relación parecía inexistente; sin embargo, no se debía a falta de amor, sino a falta de comunicación. Ella me compartió una experiencia personal que paso a relatarles con sus propias palabras:
“Éramos tres hermanas de edades muy similares. En aquella época, en nuestro colegio se estudiaba en horario partido. Por la mañana, un autobús pasaba a recogernos y nos llevaba al colegio, que estaba cerca, y en esos años —los años 60— el tráfico no se comparaba al de hoy.
A la 1:00 de la tarde, el ómnibus nos regresaba a casa, donde almorzábamos en familia, y a las 3:00 de la tarde volvíamos al colegio. Las clases de la tarde eran hasta las 5:00, y al llegar a casa, cerca de las 5:20, sucedía lo más importante que quiero contarte.
Siempre, al llegar, nuestro padre nos esperaba en el salón de la casa. No era un salón muy grande, pero sí cómodo y acogedor. Nos saludaba, y nosotras hacíamos las tareas en ese mismo espacio, en nuestros clásicos cuadernos de marca Loro, acompañadas de los libros de texto con las tareas asignadas.
Mi familia es de ascendencia inglesa, y mi padre tenía la costumbre del té a las 5:00. Sentado en una butaca, leía su periódico y tomaba su té, mientras nosotras, sobre una alfombra, hacíamos tareas hasta las 7:00, hora en la que mamá nos preparaba la cena.
En aquella época, la televisión no ocupaba un lugar central en nuestras vidas, así que después de cenar solíamos jugar en el jardín o en el salón con algunos juegos que teníamos.
Recuerdo que mi padre siempre tenía abierto un periódico inglés que le llegaba cada mes a Lima. Era tan ancho que no podíamos verle el rostro mientras lo leía, recostado en su sillón. Entre nosotras comentábamos por qué papá no nos hablaba ni nos miraba. Eso sí: jamás faltó una sola tarde a esa cita de estar presente mientras hacíamos las tareas. Siempre decíamos que el periódico estaba en la misma página y que siempre era el mismo…
Pasaron los años, y un día le pregunté directamente: “Papá, ¿por qué siempre estabas con el periódico y nunca nos hablabas ni nos mirabas?”. Él sonrió y, sin decir nada, fue a su habitación y trajo el periódico. Me dijo: “Mira, hija”.
Al observarlo, noté que había un pequeño hueco, a lo que respondió: “Es verdad… por ahí las veía yo. Siempre las estaba observando y era feliz viéndolas crecer así. Quizá debí habérselo dicho, pero nunca es tarde. Siempre soñé con su felicidad y jamás las habría dejado solas”.
En este Día del Padre, recordemos que hay una manera de amar diferente, pero no por eso de menos amor.
¡El silencio también tiene respuesta!
Gracias por llegar hasta aquí.
Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
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