Por los caminos del Señor
Hola…
Es sumamente aleccionador —y, por supuesto, con una gran carga de reflexión— recordar lo que hacían los antiguos mineros del carbón, quienes descendían a las profundidades de la tierra para extraer este valioso recurso.
Hoy en día, gracias a los avances tecnológicos, es posible detectar gases peligrosos con equipos modernísimos; sin embargo, en el pasado, los mineros contaban con apenas una jaula que contenía un par de canarios. Ya me los imagino: el minero baja al socavón en un ascensor de hierro y desciende uno, dos, tres o más niveles. Al llegar al fondo de la mina, se adentra en la galería donde se extrae el carbón. El primero en ingresar lleva consigo una jaula con dos canarios. Todos los mineros se sienten seguros, y sobre todo acompañados, por el canto sinfónico y bellísimo de estos pequeños pájaros que, dicho sea de paso, cantan durante toda la jornada.
Sin embargo, en el momento en que dejan de cantar, los mineros abandonan de inmediato el tajo —es decir, el lugar de trabajo— y se dirigen a la salida de la mina. Es lógico preguntarse: ¿qué relación tiene el canto de los canarios con el trabajo de los mineros? La respuesta es sencilla. Durante muchos años, los socavones de las minas han sido propensos a emitir gases tóxicos y venenosos que pueden resultar letales para el ser humano. A veces, el minero no se percataba de su presencia, pero el canario, al dejar de cantar, revelaba el peligro. Esa era la señal inequívoca de que había un gas tóxico y mortal en el ambiente. Maravillas de la naturaleza.
Este método se extendió por todos los lugares donde existían minas de carbón. Así como el canario detecta los gases tóxicos, también las rosas cumplen un rol similar en los viñedos. Pero esa es una historia que te contaré con más detalle en otro momento. A modo de adelanto, te digo que las rosas se colocan al inicio de los surcos del viñedo porque son las primeras en detectar una plaga: al marchitarse o morir, alertan al viticultor, quien de inmediato procede a sulfatar las vides para protegerlas.
En ambos casos, la naturaleza nos enseña algo profundo: el valor de la conciencia. Cuando está bien formada, es la primera en avisarnos que algo no está funcionando bien en nuestras vidas y que debemos evitarlo inmediatamente.
La vida humana es tan perfecta que no puede ser destruida sin que haya un mecanismo interior que la defienda. Ese mecanismo, en nuestro caso, es la conciencia bien formada.
Siendo este el primer domingo del mes de julio, elevamos nuestra oración por el Perú.
“Entiende para que puedas creer, cree para que puedas entender.”
San Agustín.
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
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