Por los caminos del Señor
Hola… Dicha sea la verdad en este encuentro dominical, si bien era mi deseo, no necesariamente era lo que iba a suceder, y ¿qué sucedió? No iba a pensar que el jueves de esta semana, a las 11:05 de la mañana, sucedió uno de los momentos para mí más imborrables y entrañables, que si bien es verdad, no entran en una columna como aquella que cada domingo nos comunica.
Sin embargo, como un primer acercamiento en algo que va a ser en posteriores reuniones, es recurrente hablarte del Papa León XIV. Ven conmigo al año 2024, mes de octubre, un grupo de personas del Perú, con mi hermana, nos embarcamos a Italia. En domingos anteriores te conté el final del viaje, vale decir, el encuentro con el Papa Francisco. Hoy te voy a contar quién fue la persona que me ayudó a estar el miércoles 23 de octubre con el Papa Francisco y, como no me gusta hacer esperar a las personas, te diré que quien me ayudó en la audiencia general a que el Papa nos bendijera a mi hermana y a mí fue, léelo despacio… el Papa León XIV.
Lo has leído bien. Es cierto que el día martes 22 de octubre, el encuentro con el Papa fue el miércoles 23 en la audiencia general. Para que esto se diera, yo tenía que contactar con alguien que me pudiese ayudar y me regalase un pase con el cual pudiera acercarme al Papa.
Llegamos, el grupo de peregrinos, a Roma el lunes 21 en la noche. En aquel momento, ya en Roma, por WhatsApp le escribo al Padre Roberto Francisco Prevost, amigo mío desde el año 1985 en el Perú, como yo, sacerdote agustino. Roberto Francisco Prevost era cardenal responsable del Dicasterio de los Obispos. A través de WhatsApp me contesta que me puede recibir en su oficina privada el día martes 22 de octubre a las 4:00 p.m., que con mucho gusto me va a atender.
Le indiqué que me encantaría quitarle 5 minutos nada más para que me bendiga por la amistad, más aún por la fraternidad agustiniana que nos une, y me sentiría satisfecho. Me citó a las 4 de la tarde al Dicasterio de los Obispos, al lado de la Plaza San Pedro.
A esa hora estábamos mi hermana y yo en el lugar citado por el señor cardenal. Esperamos en la sala privada, y el sacerdote que ayuda al cardenal nos indicó que máximo en 5 minutos el señor cardenal estaría con nosotros. Aquella era su oficina privada. No habían pasado ni 3 minutos cuando entró a su oficina, donde estábamos sentados mi hermana y yo. Nos dimos un abrazo agustiniano de cariño y respeto, y sobre todo porque desde el año 85 nos conocíamos.
Te contaré más… el próximo domingo.
¡La tumba quedó vacía, llena tu corazón con Jesús!
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
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