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Por los caminos del Señor

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Fecha Publicación: 26/04/2025 - 21:20
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Hola…
La mañana del 23 de octubre del año 2024, para mí comenzó muy temprano. Me preparé con gran nerviosismo, pues ese miércoles, minutos antes de las 9:00 de la mañana, y junto a cerca de 50 mil personas, íbamos a acompañar al papa Francisco en su Audiencia General en la Plaza de San Pedro.
El grupo de peregrinos, igualmente nerviosos y entusiasmados por llegar a la plaza, abordamos el ómnibus que, en su recorrido, pasó justo al lado de la Basílica de Santa María la Mayor, donde ayer fue sepultado el papa Francisco. Mientras las calles y avenidas quedaban atrás, ante nuestros ojos comenzaba a vislumbrarse la imponente Basílica de San Pedro, en cuya plaza nos disponíamos a participar de la audiencia.
Aún no amanecía del todo. Hacía un frío moderado, y el cielo, encapotado, anunciaba posibles lluvias torrenciales. Solo pedíamos al Señor que nos concediera al menos el tiempo suficiente para poder escuchar al Santo Padre.
Las largas colas para ingresar ya se habían formado. Todos compartíamos la misma ilusión: recibir la bendición del Papa.
Aún eran las 7:00 de la mañana cuando se abrieron los controles de seguridad. Mi hermana y yo llevábamos en la mano una tarjeta amarilla —que aún conservo—, con la cual la policía del entorno vaticano nos permitió avanzar. Al llegar a las escalinatas, las subimos, y un ujier elegantemente vestido de gris nos condujo hasta nuestras sillas, situadas a escasos diez metros del lugar donde se ubicaría el papa Francisco, quien aún no había llegado.
El cielo permanecía cubierto, y una leve llovizna comenzó a caer, haciéndonos temer que el Santo Padre no pudiera estar presente. Sin embargo, quince minutos antes de las 9:00 de la mañana, apareció el Papamóvil con el Santo Padre a bordo.
Luego de recorrer la plaza, el Papamóvil se detuvo, y al Papa lo acercaron en silla de ruedas hasta el estrado, desde donde nos dirigió unas palabras sobre un pasaje del Evangelio de San Juan. Su salida se había adelantado veinte minutos respecto al horario previsto, y durante toda la audiencia no cayó ni una gota más de lluvia.
Los que estábamos en las primeras filas, esperanzados e ilusionados, pero también temerosos por si llovía, aguardábamos al Santo Padre con el corazón dispuesto.
Mientras escribo estas líneas, tengo frente a mí la fotografía del momento en que el papa Francisco se acerca a donde estábamos mi hermana y yo. Ella le besó la mano y le presentó varios rosarios para que los bendijera. Yo, junto a ella, le pedí al Santo Padre una bendición especial por mis bodas de oro como fraile agustino. Él me sonrió, me escuchó, me tomó la mano con la izquierda y, con la derecha, me bendijo.
Te seguiré contando...
¡La tumba quedó vacía, llena tu corazón con Jesús!
Gracias por llegar hasta aquí.
Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
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