Por los caminos del Señor
Hola… Te agradezco que hayas esperado esta semana y, con alegría, veo que estás aquí para poder seguir compartiendo contigo mi experiencia en el monte Vesubio. Este relato comienza con mi ascenso hacia el Vesubio, un volcán histórico que erupcionó por primera vez en el año 79 de nuestra era cristiana.
La erupción del Vesubio en ese año fue descrita por el famoso historiador Plinio el Joven, quien la presenció. Plinio el Joven era sobrino de Plinio el Viejo, otro historiador de gran relevancia en el Imperio Romano, que perdió la vida en Pompeya junto con otros cinco mil habitantes de esta ciudad y de Herculano. Se cree que esta tragedia ocurrió en el invierno italiano, alrededor del 24 de octubre del año 79. Sin embargo, los relatos de la época mencionan que el 24 de agosto de ese mismo año una columna de humo comenzó a ascender desde el volcán. Los habitantes, acostumbrados a ver este tipo de señales, no le dieron mayor importancia hasta que, aquel día, se gestó una tragedia de la que te hablaré hoy. Es una historia que conocí desde niño y que, como mencioné el pasado domingo, marcó mi sueño de conocer el Vesubio y las ciudades de Pompeya y Herculano.
Mientras ascendía, con no pocas dificultades, hacia el cráter del Vesubio —que tiene un diámetro de 450 metros y una profundidad de 300 metros, y se encuentra a 1,400 metros sobre el nivel del mar— recordaba los detalles de esta historia.
En Herculano, una mezcla de cenizas, lava y lluvia recorrió las callejuelas, cubriendo toda la ciudad. Muy pocos pudieron salvarse. En Pompeya, en cambio, el desastre se desarrolló de manera distinta: una lluvia finísima de cenizas comenzó a caer, seguida por los lapilli, pequeñas piedras volcánicas similares a la piedra pómez, que pesaban varios kilogramos. La ciudad quedó cubierta de vapores de azufre, y muchos pompeyanos murieron lapidados por las piedras. En un radio de 18 kilómetros, todo quedó desolado, con un saldo de más de cinco mil fallecidos.
Estos pensamientos me acompañaban mientras ascendía hacia la cima del volcán. A medida que subía, la neblina se hacía más densa, y temí que me impidiera contemplar el cráter. Sin embargo, el solo hecho de estar allí ya me llenaba de satisfacción. Cuando llegué a la cima, el cielo se despejó por completo; eran las diez de la mañana. Ante mis ojos se desplegaba la imponente historia del Vesubio y de Pompeya.
“Siempre habrá piedras en nuestro camino, lo importante es no dejar de caminar.”
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
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