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Por los caminos del Señor

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Fecha Publicación: 14/12/2024 - 21:20
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En un monasterio hindú vivía un sabio maestro cuyas enseñanzas eran muy valoradas por sus alumnos, ya que siempre les ofrecía consejos útiles para sus vidas. Entre ellos se encontraba un joven campesino que cultivaba arroz y deseaba obtener el máximo rendimiento de su campo.
Un día, el campesino pidió al maestro un consejo para triplicar sus cosechas. El maestro respondió:
“Riega tu campo asegurándote de que nunca le falte agua en abundancia”.
El joven siguió el consejo y, efectivamente, la cosecha fue excelente.
Al año siguiente, el campesino volvió a pedir orientación, y el maestro le dijo:
“Añade un poco de fertilizante a tu campo, además del agua, y tus cosechas serán aún más abundantes”.
Así lo hizo el joven y la cosecha superó a la del año anterior.
Confiado en los buenos resultados, el tercer año el campesino decidió regar con mucha agua y duplicar la cantidad de fertilizante. La cosecha fue extraordinaria. Pero en el cuarto año, convencido de que más era mejor, triplicó la cantidad de fertilizante esperando una cosecha única. Para su sorpresa, el arroz apenas creció y nunca había tenido una cosecha tan pobre como aquella.
Confuso, el campesino buscó al maestro para explicarle lo sucedido. El sabio le respondió:
“Has aprendido una lección importante. Sobrealimentaste tu campo con fertilizante. Ayudar es necesario, pero cuando ayudas en exceso, puedes debilitar aquello que intentas fortalecer”.
En la vida, toda ayuda es bienvenida, pero si se convierte en una sobreprotección, puede asfixiar las iniciativas y el crecimiento personal. Lo que comenzó como algo positivo puede, eventualmente, causar un daño inesperado, como ocurrió con el campesino y su cosecha.
En este tiempo de Adviento y Navidad, días marcados por la solidaridad gracias a Dios, es importante recordar que la ayuda no siempre implica hacer por los demás lo que ellos pueden hacer por sí mismos. Este principio cobra especial relevancia en las relaciones personales: entre padres e hijos, entre amigos, o, como en mi caso, entre maestros y alumnos. La verdadera solidaridad no solo alivia las necesidades inmediatas, sino que también fomenta la autonomía y el fortalecimiento del espíritu.
“Señor, tu pesebre es nuestro consuelo”
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
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