Por los caminos del Señor
Hola… El Rey vivía en un fastuoso castillo, le encantaban las plantas y los árboles, incluso en su inmenso jardín había mandado construir un gran lago artificial. Aunque más que jardín, podríamos decir que era un inmenso parque de la naturaleza. En él había toda clase de flores, plantas, árboles…
Sin embargo, uno de los árboles del jardín se sentía el más triste y desdichado de aquel paraíso. Miraba a su alrededor y no hacía más que envidiar a sus vecinos, añorando no poder ser como ellos.
Un día, un manzano cercano a él se atrevió a preguntarle cuál era la causa de su pena, a lo que le respondió: “Amigo manzano, yo quiero dar fruto como tú, sin embargo, no puedo”. El manzano le recomendó pensar mañana y tarde: Quiero dar manzanas, quiero dar manzanas y repetirlo mil veces. Verás cómo produces frutos -le dijo. Sin embargo, pasaron semanas, meses y el pobre arbolito seguía triste y desconsolado porque no pudo producir ni una manzana. Un peral que estaba a su lado le sugirió lo mismo que el manzano. Usó la misma técnica, repitió mil veces que quería dar peras y nada de lo que pedía sucedió.
Un día apareció un rosal y le dijo: Es posible que no puedas dar manzanas o peras, pero estoy segura de que sí puedes dar rosas. El árbol le contestó: Viniendo de ti y pidiéndome algo distinto, estoy seguro de que sucederá lo que me dices y tanto deseo. Por supuesto, no sucedió nada y la tristeza, la desilusión y el fracaso cada vez fue mayor….
Hasta que un día llegó un sabio búho, quien viendo la tristeza del árbol le dijo: “Dentro de ti está la solución, tú eres un roble, naciste como roble y llegarás a ser el árbol favorito del Rey. Pon todo tu empeño en crecer sano y alegre. Cuando regrese, estoy seguro de que serás otro”.
Aquel roble tuvo muy claro esta frase: CONÓCETE, ACÉPTATE Y SUPÉRATE.
La hizo realidad con su vida, sabía que era un roble, se aceptó como tal y creció sano y lozano.
Un día llegó el Rey, era un día de verano, el rey se sentó junto a su tronco, disfrutó de su sombra, pudo leer un libro, incluso invitó a sus amigos y les habló de las bondades de aquel roble, que para él era uno de los más bellos del jardín.
Por el espacio, dejo que cada uno de mis lectores finalice esta historia.
“La oruga no necesita un milagro para poder volar, necesita un proceso”.
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
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