¿Por qué becar sólo a los pobres?
La semana pasada, el Ministerio de Educación anunció el incremento del presupuesto del Programa Nacional de Becas y Créditos Educativos (Pronabec) en más de S/ 120 millones para el año 2020. Esto duplicaría el número de becas (el 2019 se entregaron 11,452 en todas sus modalidades) para “jóvenes de escasos recursos económicos”. ¿Por qué únicamente para los pobres?
El incremento del número de becas es algo que debemos resaltar. Pero no así su enfoque sesgado de “premiar la pobreza”, porque estamos dejando de lado injustamente al talento de un sector medio de la población peruana.
El problema de estas becas estudiantiles (en cualquiera de sus modalidades) radica en utilizar un indicador de pobreza como pieza clave en el diseño de políticas públicas meritocráticas. Algo que es contradictorio en sí mismo.
Premiar la pobreza ‘per se’ crea un incentivo perverso que discrimina el talento en otros segmentos económicos. Podemos exceptuar del beneficio a segmentos altos. Esto es comprensible. Pero no en los sectores medios, porque terminamos estimulando un círculo de pobreza, que dista mucho de ser virtuoso.
Si a ello le sumamos el uso del “número de becas entregadas” como máximo indicador del éxito de la gestión pública, entonces debemos preocuparnos en serio, porque nuestros programas de becas corren el riesgo de estar destinados a un rotundo fracaso. Uno que venimos negando y ocultando en los balances sectoriales sistemáticamente.
¿Por qué no hacer pública la tasa de continuidad de los estudiantes becados? ¿Por qué no hacer pública la tasa de deserción de cada programa? ¿Por qué no hacer estudios minuciosos sobre las razones que explican estas deserciones? ¿Por qué no medir el número de graduados que generan tasas de retorno al Estado en forma de trabajo solidario? ¿Por qué los tratamos únicamente como préstamos estudiantiles? ¿Acaso no distinguimos la diferencia entre banco y Estado?
El año 2007, en su primer gobierno, el presidente Rafael Correa envió cerca de 5,000 estudiantes a las mejores universidades del mundo. La única condición: devolver al Estado ecuatoriano el conocimiento adquirido, trabajando cinco años tras graduarse.
Hoy, este contingente de profesionales forma parte de la moderna tecnocracia ecuatoriana. ¿Qué nos impide como Estado realizar algo similar? Al menos hoy tendríamos una nueva generación de tecnócratas que se incorpore al aparato público cuando se vayan todos.