¿Por qué fracasan los países?

Hace unos días se conocieron los nombres de los ganadores del Premio Nobel de Economía 2024, y resultaron ser Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson. Sus estudios del impacto de las instituciones en la prosperidad y el crecimiento de los países fueron sintetizados en el libro Por qué fracasan los países, publicado en 2012 y que leí ávidamente hace algunos años. El texto ayuda a entender el impacto de la colonización en la distribución de la riqueza en el mundo y explora las razones detrás del éxito o fracaso de las naciones en términos de su desarrollo económico y político.
La tesis del libro es que el factor determinante para la prosperidad o pobreza son las instituciones políticas y económicas. Los países que tienen instituciones inclusivas (las que promueven la participación de la población en actividades económicas y políticas) tienden a prosperar; en contraparte, los que tienen más instituciones extractivas (en las que el poder y los recursos son controlados por un grupo que prioriza sus intereses personales sobre el interés de la sociedad) tienden a fracasar. ¿Nos suena conocido alguno de estos dos modelos?
Detalla, asimismo, que los que tienen instituciones inclusivas tienden a experimentar ciclos virtuosos de crecimiento y estabilidad, mientras que aquellos con instituciones extractivas caen en ciclos viciosos de pobreza, inestabilidad y corrupción.
Lo cierto es que, aunque las instituciones son fundamentales, el liderazgo y las decisiones políticas también juegan un papel clave en el cambio. Una nación con instituciones extractivas puede transformarse si surgen líderes dispuestos a realizar reformas que favorezcan la inclusión.
Los autores refutan algunas teorías. Una de ellas es que la geografía o la cultura suman al éxito; sostienen que, aunque pueden influir, el verdadero motor del desarrollo son las instituciones inclusivas, es decir, la prosperidad depende de la creación de un entorno político y económico que fomente la innovación, la inversión y la participación de la mayoría de la población.
¿Y cómo estamos en Perú? A lo largo de nuestra historia, experimentamos períodos con instituciones extractivas. Por ejemplo, en la época colonial, la economía estaba organizada alrededor de un sistema que concentraba el poder y la riqueza en manos de los españoles y sus aliados criollos, mientras que la gran mayoría de la población indígena y mestiza vivía en la pobreza.
Este modelo extractivo, enfocado en la minería y en la extracción de recursos naturales, limitaba las oportunidades para el desarrollo económico; sin embargo, en las últimas décadas, hemos dado pasos hacia la construcción de instituciones más inclusivas, particularmente en el ámbito económico.
La apertura al comercio exterior, las políticas macroeconómicas relativamente estables y la promoción de inversiones permitieron que sectores más amplios de la población participaran en la economía. El crecimiento de las exportaciones no tradicionales creó nuevas oportunidades.
Pero, siempre hay un pero: a pesar de estos avances, aún persisten elementos extractivos en muchas instituciones. La falta de transparencia en muchos procesos, el clientelismo político, el tráfico de influencias, la malversación de fondos y, en general, la corrupción en el sistema público limitan el potencial de un crecimiento inclusivo, crecimiento que, en nuestro caso, debería convertirse en desarrollo de manera urgente.
El objetivo es claro: debemos lograr una mayor participación de la ciudadanía y así generar mejores oportunidades para todos. El comercio exterior ha sido tal vez uno de los pocos sectores en los que se han visto más instituciones y prácticas inclusivas que nos trajeron cierta prosperidad. Sigamos en esa línea para que los beneficios del crecimiento lleguen a todos los ciudadanos.

Por Julio Pérez Alván, presidente de la Asociación de Exportadores (ADEX)

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