¿Por qué no me quieren los hijos?
Este es el testimonio de un padre que creció sin afecto, siempre se sintió solo, abandonado, sin comunicación, pretendiendo llenar ese vacío existencial a través del matrimonio y la compensación con los hijos. Empero, en realidad, nadie escoge a los hijos ni a los padres. Engendró a los hijos con mucho amor, pero dentro de la dinámica familiar los sentimientos fueron desarrollándose en forma distinta. Él creyó que, con el nacimiento de los hijos, su mundo interior iba a estar satisfecho, pero no fue así. Los hijos crecieron y se desarrollaron con una madre sin afecto, desautorizando y criticando al padre por cualquier cosa, y los hijos aprendieron de la madre a no tolerar, querer ni engreír al autor de sus días, solo lo utilizaban para satisfacer sus necesidades.
Esta actitud marcó profundamente en la vida emocional del padre, preguntándose por qué los hijos eran así, y la respuesta estaba en escudriñar los antecedentes de la madre. Se estableció que ella provenía de una familia poco cariñosa, donde los abuelos, padres, habían sido maltratados por las esposas. Los culpables eran los padres: si no recibes amor, es difícil darlo, pero no imposible. El afecto es un proceso de maduración, de crecimiento, actitudes, del valor que le das a la persona, partiendo del valor de uno mismo.
Existe un dicho popular: “lo que no nace no crece”, un “hogar sin libros es como un jardín sin flores”, refiriéndose al amor, ternura, cariño.
Consideró que los sentimientos tienen relación con la genética, herencia, el apego, los lazos afectivos sentidos y desarrollados. Y en el caso de los hijos, en vinculación con el padre, nacieron así. La vida no los hizo cambiar, todo lo contrario, los convirtió en personas frías, indiferentes, poco sensibles, egoístas, poco solidarias.
El padre, con el transcurso del tiempo, llegó a comprender que son así, difíciles de cambiar, pero siempre le asalta en la mente la manera de ser de los hijos. Pero la vida le enseñó a canalizar estas frustraciones con otras compensaciones, como su único amor desde hace cuarenta años, que ha permitido llenar el tanque emocional con el cariño y amor de los hijos de la esposa y con ayudar a las personas que necesitan de él.
No son los hijos con los que el padre puede contar. Son extraños. Un día, por fastidiar a los hijos, les solicitó que le prestaran quinientos soles oro y le contestaron que no tenían, que tenían muchas deudas, que no les alcanzaba el dinero. Sin embargo, se habían comprado coches nuevos. Esta actitud lo convenció más de la clase de hijos que tenía y que no podía contar con ellos para nada. Incluso se identifican en las redes sociales con el apellido de la madre. El padre les dijo en una oportunidad que se cambien de apellido; quizás lo hicieron, y no sería nada raro conociendo el perfil de los hijos que no quieren al padre.
La gente pensará: ¿cómo habrá sido el padre que los hijos ni lo quieren? Sin embargo, es un padre bueno, que desea lo mejor para los hijos, nunca les inculcó malos hábitos ni costumbres reñidas contra la ética y moral. Más bien, se preocupó por su desarrollo como seres humanos, que sean algo en la vida, porque hay que estar preparados para la supervivencia humana y no tener cabeza hueca.
Una de las causales de las relaciones disfuncionales con los hijos es la falta de amor, comunicación, respeto, solidaridad, que se dan también de los padres en vinculación con los hijos, lo que no es el caso en comento; y también el dinero: “tanto vales, tanto tienes”. Muchos hijos se preocupan por cuánto dinero poseen los padres, cuánto van a heredar. Algunas veces solicitan anticipo de legítima y, si no se las otorgas, se convierten en más enemigos tuyos e incluso inician acciones legales para obtener algún beneficio, cuando es facultad del padre otorgársela o no. Sin embargo, se creen con derechos.
Yo, particularmente, soy de la idea de no dejarles nada y que ellos mismos construyan su propia economía, porque se vuelven dependientes y eso no es bueno, los convierte en dependientes emocionales.
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