¿Por qué tercer mundo?
En ocasiones he escuchado a gente preguntarse por qué en los países de América Latina —los llamados del “tercer mundo”, un término ya retrógrado— es donde los guerrilleros y ex guerrilleros buscan y toman el poder, donde el polvo blanco resultó más útil que la pólvora gris para capturar influencia y gobiernos, y donde los autoritarismos se perpetúan como si fueran parte del paisaje. Es cierto que regiones como el África subsahariana y otras partes del mundo también han sufrido o siguen sufriendo esto, pero hoy me centraré en América del Sur.
Tras la expulsión de los virreinatos españoles y portugueses, lo que vino no fue una transición democrática, sino la llegada de autócratas y caudillos militaristas. En el caso del Perú, tuvimos un cortísimo tiempo verdaderamente democrático en el siglo XIX. Del mismo modo, Ecuador con Gabriel García Moreno, Chile con Pinochet, Argentina con Juan Manuel de Rosas, Bolivia con Hugo Banzer Suárez y muchos más son claros ejemplos de un pasado jerarquizado, marcado por desigualdades sociales profundas y un intervencionismo extranjero que nunca se fue del todo. Todo eso, claro, como consecuencia directa de nuestras raíces coloniales.
Debido a las debilidades institucionales, la gente tiende a apoyar “salvadores” de las patrias desde los tiempos de Simón Bolívar. Los modernismos económicos, las propuestas educativas, los sistemas de gobierno, el derecho a la tierra, el predominio de influencia extranjera y mucho más son parte del legado —para bien o para mal— que nos dejaron nuestros reformadores, políticos y figuras espirituales.
El pasado virreinal, con todos sus vestigios que aún podemos notar hoy en día, es un rastro profundo de nuestras raíces. Un rastro que, incluso países más desarrollados, no tienen a ese nivel cultural y tradicional. La falta de experiencia democrática, sumada a la Guerra Fría —cuando Estados Unidos y la URSS ejercieron un reparto de influencia en la región— dio paso a la aparición del fenómeno de los “outsiders” que cambiaron el curso del poder.
A diferencia de los ingleses y sus colonias, España veía sus territorios como una extensión directa del reino, a causa de lo cual América Latina es un revuelto de proyectos coloniales que nunca se concretaron y de conflictos por codicia y frustración. Quizás por eso, más que buscar culpables en abstracto, hay que mirar las raíces que siguen alimentando nuestros problemas.
América Latina no es tierra maldita, pero sí es tierra marcada. Y si seguimos dejando que el pasado dicte el futuro, vamos a seguir repitiendo los mismos ciclos, solo que con nuevos nombres, nuevos discursos y la misma historia de siempre. Lo complejo no es ver el desastre, sino entender por qué lo normalizamos.
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