Porky y Keiko, ¿segunda vuelta en 2026?
Las elecciones generales de 2026 serán de una importancia muy particular. Ese año habrá un cambio en el Ejecutivo cerrándose con la salida de Boluarte —la exvicepresidente de Castillo— otro ciclo tóxico que arrancó en 2021.
¿Qué escenarios se prevén en torno a las próximas elecciones? En este espacio iremos realizando algunos y breves apuntes con varias posibilidades considerando, por supuesto, la naturaleza impredecible de la política. Es decir, toda foto del juego político interno del momento puede cambiar o convertirse en una misma serie instalada de capítulos mas o menos proyectados. Veamos un primer intento.
Una de las evaluaciones que se ha hecho muy común entre varios comentaristas políticos es que inevitablemente se tendrá a un candidato izquierdista y un derechista en la segunda vuelta electoral del 2026. Es decir, se repetiría el escenario polarizante de 2021 que enfrentó al prosenderista Castillo y a la fujimorista Keiko. Esta idea se refuerza considerando que las encuestas muestran a la heredera de Alberto Fujimori como primera en la intención de voto presidencial. No obstante, el antagonista esperado, Antauro Humala, ya no podrá postular al Ejecutivo (el debate sobre si aún podría hacerlo al Congreso bicameral continúa) desarmando el escenario estimado. ¿Habrá alguien que intente llenar el espacio del extremismo antaurista o del antisistema "electoral" de izquierda? Está por verse (quizá Guillermo Bermejo apueste a esa chance, ver a propósito: "¿El reemplazo de Antauro?", 25/11/2024. M Lagos. Expreso).
Surge entonces la pregunta, ¿qué efectos habría si son dos opciones de derecha quienes se disputan la segunda vuelta en 2026? Una reciente encuesta (Ipsos) muestra a Keiko encabezando las preferencias presidenciales y a Porky segundo (seguido por el humorista Carlos Álvarez).
Como es evidente habrá una enorme fragmentación en la primera vuelta electoral lo que permitirá que los dos con más votos, así no superen el 10% en las urnas, pasen a segunda vuelta. La polarización entonces agarra aquí protagonismo sobre todo si quienes compiten es uno de izquierda y otro de derecha. Esto podría amainar o regularse si, en cambio, son dos del mismo lado del espectro político los retadores (y si por supuesto suponen una tendencia prosistema). En ese sentido Porky y Keiko podrían instalar una competencia distinta, dependiendo de si optan por una política de lucha (o de confrontación permanente) o una política de consensos; es decir, no de ataques irracionales o hasta infantilizados, sino de respeto y cordialidad, de propuestas concretas ante la opinión pública, de debate y de sana competición. Una madurez política que desescale las tensiones, las diferencias actuales y cancele la posibilidad de repetir el imprudente choque que hubo entre un manipulable PPK (infiltrado por el sector "centrista" caviar por cierto) y una afiebrada Keiko en 2016. De hecho la última encuesta a la que hacemos referencia en esta columna va detectando que la población —aunque mayoritariamente escéptica con el menú político actual— quiere también consensos o acuerdos (y soluciones operantes a los problemas nacionales). ¿Es factible un contexto así?
Una posible segunda vuelta entre Porky y Keiko removería totalmente las líneas políticas divisorias actuales, por cierto. Tiene el potencial de alterar sorpresivamente la pauta de poder nacional (impactando además en la dinámica política y las pulsiones regionales y municipales). Es lo que en el análisis político llamaríamos como un reajuste general de relaciones. Se está ya ante un proceso eleccionario con 41 organizaciones políticas inscritas que entran a un juego político sin duda encarnizado. Muchos candidatos incluso —reconociendo sus limitaciones— con mayor atención en llega a ser senadores y diputados más que en ser presidentes (pasó con A. Fujimori en el 90 quien apostaba inicialmente solo a ser senador).
¿Tener a dos ramas de la derecha en segunda vuelta frenaría además el riesgo de otro extremismo izquierdista 'electoral', violento y antisistémico? Al menos sí en el inmediato plazo. Hablamos de derechas que pueden tener posturas radicales o muy arraigadas en ciertos temas de la "agenda de valores" (he ahí su potencial precisamente al ser el Perú un país predominantemente conservador), pero no de derechas extremistas y violentas de fondo (salvo por ciertos grupúsculos bulliciosos, aunque marginales), como sí se ve operando en Perú a no menores sectores de la izquierda. Ahí están por ejemplo quienes catapultaron al prosenderista Castillo y que van apostando otra vez por la ventana táctica electoral.
Veremos entonces si este primer escenario que hemos sondeando brevemente en esta oportunidad agarra viada en el caprichoso, volatil y amorfo proceso político peruano.
