«Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos»
Queridos hermanos:
Estamos en el segundo Domingo de Adviento. ¿Qué dice el Profeta Isaías en la Primera Palabra? Dice que va a surgir una renovación profunda en el tronco de Jesé y florecerá un vástago, es decir, va a surgir una esperanza, Dios va a suscitar una esperanza en tu vida y en la mía. Y ¿qué trae esa esperanza? Espíritu de prudencia, de sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y del temor del Señor. Esta Palabra es un milagro, una promesa que el Señor nos hace. Indica lo que es el poder de la Iglesia. Ánimo hermanos porque es una buena noticia, la Palabra está anunciando al Mesías. Un niño meterá la mano en el nido de la serpiente y no le hará daño, dice la palabra. Hermanos, esto son los santos, los cristianos. El día se está preparando porque está preparando la vuelta de los alejados, es decir, de los gentiles; y será gloriosa su morada. El anuncio de la venida del Mesías no es de forma violenta, ni prepotente, si no de forma pobre, como uno más. Ánimo, hermanos, que la pandemia nos ha enseñado muchas cosas, nos ha mostrado dónde está anclada nuestra vida. Cambiemos, dejemos la hipocresía y volvamos al Señor, como dice el Salmo 71: “Florecerá la justicia y la paz será abundante”.
La segunda Palabra que nos da la Iglesia es de San Pablo a los Romanos y nos dice que las antiguas escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, es decir, la Biblia está escrita para que nos encontremos con una persona que habla, que es el espíritu de Jesús, el espíritu de Dios. Mantengamos la esperanza porque Dios es la fuente de paciencia, de consuelo, acoge a los alejados, como tú como yo, para que alaben a Dios por su misericordia. “Te alabaré en medio de los gentiles y cantaré a tu nombre”, esto es experimentar el cielo aquí, la misericordia aquí. Ánimo, hermanos, que en este tiempo de Adviento viene el Señor cargado de misericordia, de paz, de humildad, de sencillez; para darnos la vida. Dios es el único que nos puede saciar, no busquemos fuera de Dios.
Dice el Evangelio de San Mateo que Juan Bautista se presentó de una forma austera en el desierto de Judea, predicaba y llamaba a conversión. ¿Por qué está en Judea? Porque los judíos tienen que ir al desierto para una cosa muy importante: escuchar a un profeta. También nosotros tenemos que salir de nosotros mismos e ir donde Dios nos dé una Palabra. Esta Palabra que dice el Profeta Isaías es una voz que grita en el desierto: preparad el camino, allanad los senderos, es decir, despójate del orgullo, de la soberbia, de la ira; porque no nos dan la vida. Y ¿cómo va vestido ese profeta? Como un pobre. Muchas veces, estando en el desierto, he visto que los beduinos nos ofrecían saltamontes salados, langostas saladas. La sal y la miel es lo que se necesita para vivir en medio del desierto. Hermanos, este evangelio nos llama a conversión, a no buscar el milagro físico, sino el poder y la gracia de Dios, el encuentro con Jesucristo. Dice Juan Bautista: yo os bautizo con agua para que os convirtáis, pero hay uno detrás de mí que no merezco ni de llevarle las sandalias, que os bautizara con el Espíritu Santo y fuego. ¿Qué significa eso? Que nos va a dar el Espíritu, En la Iglesia hace falta profetas, no ritos, porque la profecía abre el cielo. Esta es la misión del Adviento: abrirnos el cielo. Hemos creído que el cielo era la técnica, la modernidad, la postmodernidad; es decir, nuestro esfuerzo, nuestra técnica. Pues bien, hermanos, que el espíritu de verdad esté medio de ustedes.
Ánimo, hermanos, levántate a rezar y pídele al Señor en la noche la gracia de la profecía, que la experimentes en tu corazón.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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