Prepararse para votar
El café a media mañana o a media tarde suele ser apreciado. No únicamente por su sabor –puro o matizado–, también porque se consume en un momento especialmente reservado para un nutritivo diálogo, para una escucha reflexiva sobre los pensamientos propios y para la observación de hechos ricos y pertinentes para el aprendizaje personal.
En esta línea, en la cafetería a la que soy habitué, cuando me disponía a saborear la borra en la taza de mi café, alcancé a atrapar un breve pero enjundioso parlamento, al parecer, entre un padre y su joven hijo:
<<¿Así que este 2025 será un año cuasi electoral?>>
<<Efectivamente, espero que se alce con la victoria tal partido político.>>
<<¿Crees que con esperar, con formular un sincero deseo, es suficiente? ¿No crees que es dejar a la suerte el destino de un país?>>
<<Entonces, ¿qué debería hacer?>>
<<Hacer lo que te permita tu tiempo, libertad y condiciones. Empero, sí creo que podemos tomar en serio el prepararnos para votar.>>
Prepararse para votar es una idea fuerza, por cierto, nada trivial ni menos limitada a los aspectos burocráticos de la acción de emitir el voto. Más bien, su brío radica en las consecuencias que trae el elegir a sus autoridades. El sistema de gobierno democrático se sostiene en la medida en que se asegure y facilite que todos los ciudadanos hábiles puedan votar. Quedarse en casa también es una opción libre. Por eso, el pago de una multa termina deformando el derecho a elegir.
El Estado se cerciora de la voz del pueblo mediante su voto. Pero ese mismo Estado no garantiza al ciudadano, no la moralidad y ética de los gobernantes, pero al menos la eficiencia y eficacia en la gestión gubernativa. Por tanto, con su voto, el ciudadano “renuncia”, por un periodo no revocable, a una parte de su libertad y responsabilidad para endosársela a un gobernante que cumpla con sus promesas electorales, que coinciden con las del ciudadano.
La historia de estas últimas décadas en el Perú es un claro ejemplo de que el voto es una suerte de cheque en blanco, así como los impuestos que se pagan: es imposible controlar su uso y destino. La división de los poderes, las leyes y los procedimientos establecidos tienen la misión de velar por el bien común. No lo cuestiono. Pero ¿ha funcionado en estos últimos años?
El deterioro de nuestra política ha mermado la calidad del discurso y de las propuestas políticas. ¿Será al revés? Con todo, dicha condición no contribuye a la reflexión, al intercambio de ideas o al acercamiento entre versiones universalmente compatibles. Los calificativos, las diatribas y cancelaciones torpedean la aproximación a la realidad de nuestro país. ¡En estas condiciones, qué difícil se hace votar! Pero se debe hacer con convicción.
¿Qué queremos para el Perú del 2026? Pregunta que se debe responder desde la familia, los clubes, las empresas, las universidades, con respeto y libertad. La ideología ha dañado; es el momento de apostar por la peruanidad.
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