Presidencialismo mutante
Como explicaba Karl Loewenstein, las instituciones que el texto de una Constitución decide establecer no tienen siempre el mismo efecto, porque el tipo de gobierno es condicionado por factores políticos, sociales e históricos, propios de cada nación, de forma que es prácticamente imposible obtener los mismos resultados aplicando el mismo modelo.
El Perú tiene un presidencialismo similar al norteamericano, porque elige a su presidente en elecciones generales y el favorecido asume dos cargos, es jefe de Estado y jefe de gobierno al mismo tiempo; pero nuestro extremo pluripartidismo, la debilidad del tejido social y el fracaso de la regionalización, marcan la diferencia.
En ese contexto, eliminar el voto de confianza al inicio de cada gestión gubernamental, como se ha propuesto, no permitiría ejercer controles políticos como la censura ministerial, pues sería ilógico retirar una confianza nunca otorgada, como en EEUU se dirá, pero allí cuentan con una élite política con capacidad de negociar y acordar políticas de gobierno, solo así el presidente logra aprobar sus iniciativas legislativas ante las cámaras; aquí, se produciría un mutuo bloqueo, una parálisis del proceso legislativo, lo que obligaría a encontrar soluciones desbordando el tipo de gobierno, de la misma manera en que el uso arbitrario e ilimitado de la cuestión de confianza nos ha acercado, sin haberlo planeado, a un parlamentarismo informal.
La semana pasada los congresistas de Perú Libre exclamaban con razón, “Es mas fácil vacar a un presidente que condenar a un delincuente”. Efectivamente, la singularidad de nuestro régimen ha permitido encontrar una respuesta al talante autoritario de presidentes dispuestos a avasallar al Congreso; la vacancia por incapacidad moral permanente es un mecanismo constitucional válido que, en principio, debería ser usado solo en casos de extrema gravedad; pero como los últimos presidentes han intentado imponer sus propias políticas de gobierno, sin haber entendido la necesidad de construir su propia mayoría parlamentaria, nuestro presidencialismo frenado ha mutado usando una causal de vacancia extraordinaria como si fuese la censura a un primer ministro, arrastrando en esa práctica informal a presidentes de la República, que lamentablemente actúan más como jefes de gobierno que como jefes de Estado.
Nuestro presidencialismo “frenado”, tan lejano a los códigos de conducta de Washington, ha sido superado para expulsar a los jefes de gobierno que perdieron legitimidad por conductas reprochables. Habiendo superado la realidad a la teoría, cabe preguntarse si conviene eliminar los instrumentos que permitieron la mutación parcial del tipo de gobierno ante la necesidad política o si aceptamos los hechos y evolucionamos hacia un parlamentarismo formal.
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