Presidente impresentable
Castillo le sacó la vuelta a la inútil, cómplice mayoría parlamentaria que aprobó su viaje a la ONU. Lo hizo a pesar de irrebatibles muestras de la participación de Castillo como mandamás de aquello que la fiscal de la Nación imputa como organización criminal. Aparte, esa mayoría autorizó el periplo presidencial pese a la argumentación de los legisladores que fundamentaron anticipadamente su voto en contra, a la salida del país del mandatario, recordando su trayectoria y las seis carpetas abiertas contra él por el Ministerio Público. Finalmente pues, el Congreso le permitió viajar a la sesión de la ONU, adonde se despacharía un Castillo en todo su esplendor. Al hacerlo, obviamente dejó mal parado al Perú en razón de su pobrísima presencia, su descomunal incompetencia -siquiera como aspirante a hombre de Estado-; y por la puesta de valor, frente al mundo entero, de su total desprecio por eso que es una regla de oro en las relaciones internacionales: la coherencia que debe mantener cada nación en el manejo de su diplomacia, frente el concierto mundial de países. Sobre esto último, Pedro Castillo actuó como elefante en cristalería, trayéndose abajo la labor centenaria de nuestra otrora muy acreditada cancillería, poniendo así en riesgo el futuro de nuestras relaciones con países amigos que lideran la escena internacional. Como Gran Bretaña, nación a la que demandó entregar las islas Falkland a la Argentina. O como Rusia, sin tomar en cuenta que más de la mitad del arsenal de armamento peruano es de origen soviético; por tanto el abastecimiento de sus partes/repuestos depende de la buena voluntad de Rusia. Y también lo que hizo con Israel, nación pivotante en la ONU, al pronunciar la apertura de una embajada en lo que Castillo llamó Palestina; Estado con reconocimiento parcial por la ONU, con el cual Israel sostiene constantemente un conflicto armado. Aunque Castillo hizo exactamente eso mismo con Marruecos, antiguo amigo del Perú y uno de los mayores proveedores de urea del planeta, al anunciar que estaba estableciendo “relaciones diplomáticas” con la comunidad Saharaui (tampoco reconocida como Estado por la ONU) que lidera un llamado frente Polisario, irrogándose poseer territorios que pertenecen a Marruecos. Castillo provocó este Tsunami diplomático en los precisos momentos en que, por estupidez y corrupción de la gestión a su cargo, el Perú se ha quedado sin urea, perjudicando su desgobierno a millones de campesinos que han perdido la oportunidad de sembrar y cosechar alimentos, precisamente en momentos de severa escasez mundial de comestibles.
José Williams Zapata, presidente del Congreso, fue un extraño entusiasta al tiempo de autorizar el viaje de Castillo a Nueva York. Pero, ¿estará satisfecho de haberlo hecho; o reconoce que, como sostuvo la oposición (tanto la clase política, como medios de comunicación independientes –EXPRESO, entre ellos)-, el Congreso no debió permitir la salida del territorio de Castillo? Existían y existen razones más que suficientes, señor Williams Zapata. ¡Castillo está investigado en seis procesos diferentes por la Fiscalía. Por tanto, su presencia internacional no sólo resulta vergonzosa, sino que su incapacidad nos degrada mundialmente!
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