Prólogo de la anarquía
Recuerdo mucho a Andrés Townsend Ezcurra –gran intelectual aprista, presidente de la Cámara de Diputados 1968 y forjador del Parlamento Latinoamericano– repetir incansablemente una frase atribuida a Simón Bolívar: “unión, unión… o la anarquía os devorará”. Townsend honraba así el objetivo de su credo integracionista y el afán de consolidar una patria grande, pero basada en los principios elementales de la democracia: la participación ciudadana, el diálogo, la libertad de prensa, el equilibrio de poderes y la alternancia en la dirección de estos.
Hoy algunos países de la patria grande, en especial la misma tierra de Bolívar, padece la ausencia de tales principios. Y en el Perú, pese a las ficciones creadas sobre la fortaleza del sistema democrático o los sanos intentos de revitalizarla planteando opciones sensatas, avanzamos rápidamente hacia esa anarquía indeseada por Townsend y otros personajes públicos del siglo pasado.
El escenario anárquico está pintado a colores, pero muchos siguen viendo la película en blanco y negro. Lo afianza el gobierno mediocre y corrupto de Pedro Castillo, aunque sus raíces tienen data antigua, desde los albores del siglo XXI y coincidiendo con la caída del régimen de Alberto Fujimori, quien legó tanto un país enrumbado en lo económico y con el flagelo terrorista derrotado, como una institucionalidad herida de muerte, ad hoc a su proyecto autoritario.
Castillo, apenas una cereza encima de esa torta podrida que constituye nuestro paradigma político, jamás recuperará liderazgo alguno porque decidió –por voluntad propia y la de su entorno mafioso– colocarse en el lado oscuro de la historia. Aquella historia que recusaba en la campaña electoral y por lo cual ganó estrechamente los comicios de 2021, junto a otros factores. Esa historia que repite en los hechos y niega en las palabras, con el cinismo propio de los peores zamarros, solo que afincado en la victimización y la narrativa dicotómica de representar a los andinos pobres contra los blancos ricos.
Frente a esta situación, nos resulta claro a muchos que Castillo y su banda apresuran el arribo de circunstancias detonantes y convulsivas. Ahí está el premier Aníbal Torres pidiendo a gritos que el Congreso lo bote, lo censure, lo sancione. Gritos implícitos y explícitos materializados en sus devaneos, agresiones, misoginia, disparates. Sin embargo, nada le pasa.
También coinciden los matones que ingresaron a Palacio para coordinar con Castillo una marcha donde el acto central fue la paliza propinada por delincuentes a los colegas de los diferentes medios de comunicación que cubrían los desplazamientos. Como advertimos hace tiempo, la calle ya es un espacio de dilucidación política trascendental para el Ejecutivo. Y falta aún la puesta en marcha de gobiernos regionales y alcaldías dándole soporte a Castillo y sumándose al coro de cerrar el Parlamento.
Tal es el prólogo de la anarquía en la que nos hundiremos. Y la OEA, como siempre, no dará salidas sino risa. Así estamos.
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