Promotor de la muerte
JOSÉ URQUIZO OLAECHEA
1.- La pandemia ha evidenciado el tipo de sociedad que verdaderamente somos, una sociedad que expresa múltiples conductas. Por un lado, apareció la nobleza, cuando algunas empresas decidieron mantener los precios del oxígeno al margen de la gran demanda del mercado, del mercado sector de la salud y por otra parte, se despertó a su vez otro ángulo: la codicia de los revendedores de oxígeno, de medicinas -los mercaderes de la salud, de la vida. Lo único verdadero para estos mercaderes de la vida o la muerte era el vil dinero y digo vil porque sus sobrecostos eran deshumanizantes e imposible de justificar. Aquí, se perdió la solidaridad y se dinamizó el egoísmo, el individuo que pisaba a otros en la escalera por obtener ventajas económicas a costa de la vida humana.
2.- También, nos encontramos ante otra realidad, la indiferencia, la creencia de la inmortalidad, el sujeto “súper” fuerte, inaccesible al que la pandemia ni lo rozaba, pequeños dioses enfrascados en su supina terquedad e ignorancia. La fiesta covid- 19 no sólo evidenció una falta de realismo y prudencia, sino un desprecio por el “otro”, una forma de ser insolidario, demostrando una rara arrogancia por la realidad sanitaria existente, realidad sanitaria marcada por la muerte. Esas conductas no tienen justificación alguna.
3.- La pandemia trajo con ella una rebelión lacerante y guardada, el desprecio por el orden, por las normas y por la autoridad. El peruano, en lo profundo de su ser, tiene como referencia su falta de adhesión al orden jurídico, conciben en su interioridad que lo que realmente tiene valor en nuestra sociedad es imponer su voluntad aplastando a los demás. Tienen como membrete la corrupción, que, como un alimento, va trastocando las bases de la vida en sociedad, y, se imponen como un valor: así, lo importante no es la ley sino pasarse la ley, el arte de extralimitarse y crear un mundo con su propia ley o como en las películas que describen corrupción pagar y pagar y obtener su principado de ilegalidad. Pequeños feudales ideológicos que subsisten en todos los niveles sociales, cada uno con su lenguaje y actitudes y cada uno con sus propias creencias. Es por eso, que frente a una intervención policial o de fiscalización, la respuesta agresiva, violenta, retadora, coloca al sujeto en la marquesina limítrofe del delito, y, por mucho que aparezca como respuesta, me refiero a la agresión física y psicológica contra las autoridades que intervienen en los conflictos o colisiones, estos sujetos, pretenden presentar su conducta agresiva y virulenta, como algo legítimo o un derecho frente a la autoridad, ciertamente, esa actitud no tiene justificación.
4.- La clase política peruana no es ejemplo de nada, como pequeños sátrapas, el poder que el pueblo les otorgó lo usan para sus miserias existenciales, haciendo gala de la traición, el engaño, la infamia, y todo aquello que les sea útil en la ‘mise en scene’ que promueven para vender falsas honestidades, actores crueles que viven de la perfidia y miseria de un pueblo honrado, lacerado, que busca la esperanza de ellos y de sus hijos y encuentran el engaño como instrumento fulminante, de esta clase política sin límites ni escrupulos. Es cierto, hay excepciones, pero son tan pocas que terminan aplastados por el nuevo orden: el orden del corrupto, de las jerarquías corruptas, de los adláteres corruptos, como en un gran mercado, el poder de la distribución de la corrupción cobra poder inmenso y se impone frente a quienes lo enfrentan con el arma de la ley. La corrupción también es ley, en cuanto el corrupto, que vive bajo esos estándares tuerce el Derecho, lo interpreta conforme sus intereses y habla del dogma de la ley, destruyendo la médula de la sociedad. También, en la distribución de la corrupción, existen muchos escalones, diferenciados según su poder corruptor y por tanto jerarquías: eso es el “poder” corrupto y existe y no tiene justificación.
5.- La pandemia ha puesto al descubierto una clase particular de desalmados e inhumanos. La alta política, que llevaba de la mano gurúes de la ciencia médica, distinguidos y reconocidos especialistas, promotores de ideas de avanzada, un circo donde cada uno tenía una función: llorar, reír, impresionar y todos buscando el aplauso que oculte lo que realmente eran: gusanos salidos de la podredumbre moral a la que siempre han estado asidos, se convirtieron en el “nuevo” virus de nuestra patria, y por fin los vimos en toda su dimensión: vacunándose subrepticiamente, favoreciendo a su entorno, como míseros jefecillos que ostentaban el poder o como lambiscones que cantaban aleluyas a sus jefes, usurparon el derecho de un pueblo a la honestidad de sus dirigentes: la salud del pueblo, la vida del pueblo se fue al tacho de basura, porque ellos llevan como símbolo de su existencia la bazofia, pues como buenos gusanos que nada valen, se arrastran infectando todo lo que tocan. El ejemplo, hoy paradigmático, son todos aquellos que se vacunaron en holocausto de un pueblo luchador y guerrero y que debemos recordar sus nombres y de todos aquellos favorecidos, para que no pisen jamás el pedestal de la inocencia o se conviertan en iconos de la honestidad pública. Esa conducta no tiene justificación, no lo olvidemos jamás.
6.- La pandemia y la política se han hermanado: la pandemia trae consigo el virus mortal, los políticos -ahora, me refiero a quien gobierna como Presidente de la República- se ha convertido en el adalid de la muerte. Ser Presidente en un Estado social y democrático de Derecho es ser Presidente bajo una estela jurídica atravesada de principios que son el fundamento de la República. Así, “Todos tienen derecho a la protección de su salud,…” artículo 7 de la Constitución, ese principio, al lado del concepto de Estado social, que tiene como función arrumbar todas las disfunciones sociales, y, la pandemia ha creado una disfunción en el ámbito de la salud y la vida de todos los ciudadanos del Perú, es un deber del Presidente, por razones de principio preservar la salud y vida de los peruanos, y si la vacuna es el medio idóneo no es posible hacer distinciones de ningún orden, pues, el principio de la defensa de la salud y la vida no lo permite. Si el Presidente hace distinciones, que obviamente no hace cuando recibe oxígeno de empresas y ciudadanos privados, porque hoy hace distinciones carentes de sentido y valor. Piensa el Presidente que el puede decidir en términos absolutos pisoteando principios y reglas del Estado de Derecho, piensa que él es el dueño y señor de la vida de los peruanos, si hasta la fecha no ha tenido el valor de enfrentarse cara a cara a esa casta malvada que se vacunó contra el virus covid-19 y su actitud tibia refleja una moral incierta, no puede elevarse a decidir el destino de las vidas de millones de peruanos sin desafiar la ley penal en su faceta de genocidio. A la hora decisiva -y estamos ante la hora decisiva- la única salida es la unión de todos los peruanos para salir adelante, mantenerse en distinciones carentes de fundamentos o prescribir que sólo el Estado tiene la autoridad ética y moral de adquirir vacunas, es una negación y señor Presidente, tal actitud y decisión no tiene justificación.