Pronóstico reservado
Como intolerable se puede calificar el hecho de que una turba de fujimoristas y sus aliados hayan tratado esta semana de asaltar palacio de gobierno, emboscando a dos ministros de Estado, amparándose en la legítima protesta y la desobediencia civil. Tan inaceptable como cuando otra turba del bando opuesto (caviares, comunistas y tontos útiles) quisieron hacer lo mismo, consiguieron dos muertos y lograron la renuncia del presidente constitucional Merino, elegido impecablemente por el Congreso tras la vacancia del lagarto Martín Vizcarra. Porque fue esa misma turba la que puso en el poder al congresista de la diminuta bancada morada Francisco Sagasti, que dice que la diferencia entre las turbas de noviembre y las que esta semana trataron de sacarlo de palacio ante la inminente proclamación de Pedro Castillo como presidente electo por parte del JNE, es la “cantidad” de bombas lacrimógenas empleadas en noviembre y en julio. Keiko Fujimori ha deslindado con las turbas de la misma forma que lo hizo en enero Donald Trump, que para nadie escapa la similitud de los hechos en tanto que el fraude fue para Trump y lo es para Fujimori el meollo que justifica la protesta. No quisiera estar en los zapatos de los ciudadanos de buena fe que están aportando su profesionalismo apoyando a la señora Fujimori para demostrar el fraude en mesa que alega Fuerza Popular, pues va a ser difícil separar la paja del trigo si la situación de protesta se torna más violenta que la de este último jueves, conforme avance el plazo indefectible para que el JNE proclame a Castillo presidente electo. Los deslindes entonces serán como las lágrimas de cocodrilo, algo así como “mi acción de amparo no es lo mismo que quemar palacio o asaltar el Congreso”. ¿Quién se lo va a creer, vaya uno a saber? El problema para la señora Fujimori es que ella ya cruzó el Rubicón cuando hace un par de semanas anunció públicamente en una plaza que desconocería los resultados electorales oficiales del JNE porque se había cometido un fraude en el que estaban implicados todos los organismos electorales en complicidad con el gobierno. El problema con la tesis de la señora Fujimori, digámoslo claramente, es que la comunidad internacional no le cree, pese a todos los esfuerzos que hasta personajes de talla mundial como Mario Vargas Llosa (otro que cruzó el Rubicón desde Madrid), han intentado hacer infructuosamente. Llegamos pues a un 28 de julio, Bicentenario de la República, con una institucionalidad con ventilador mecánico, con una derecha recalcitrante incapaz de negociar bajo el entendido moral de que ha existido un fraude que ningún otro país del mundo convalida y que, para remate, si así fuese, es decir, si en mesa le sacaron la vuelta por 48 mil votos a la señora Fujimori, no sólo habrá sido por su culpa al no prever la misma jugada que afirma le hicieron en 2016, sino que además el país sería ingobernable bajo su eventual presidencia luego de toda el agua que ha corrido bajo el puente luego del 6 de junio. Eso sin dejar bien en claro que el gobierno del profesor, que aún es una incógnita, siempre será de pronóstico reservado.
Para más información, adquiere nuestra versión impresa o suscríbete a nuestra versión digital AQUÍ.
Puedes encontrar más contenido como este siguiéndonos en nuestras redes sociales de Facebook, Twitter e Instagram.