“¡Que alguien haga algo!”
Es anormal y tóxico vivir alucinando que “algo bueno va a suceder” y/o que “alguien va a hacer algo” para que Pedro Castillo -jefe de Estado y, simultáneamente, la cabeza de una organización criminal, como presume que es el Ministerio Público- deje de ser presidente de la República. En política así no operan las cosas, amable lector. Muy por el contrario. Así se consolida en el poder este sujeto que, fingiendo ser un mandatario democrático, sistemáticamente viene arruinando la economía maltratando al ciudadano. En consecuencia, aniquilando el sistema democrático a la vez que dinamitando el Estado de Derecho en nuestra Nación. Desde la perspectiva mundial, hoy el Perú es visto como un Estado inviable, eventualmente encaminado a una guerra civil. La tensión política que transpira es sencillamente insoportable. La sociedad se siente indefensa frente a un gobernante decidido a hacer lo que necesite -a cualquier precio- con tal de atornillarse al sillón presidencial y salvarse de la cárcel; tanto él como su esposa, hija putativa, sus cuñados y principales asesores. Y esa “cualquiera cosa” significa recurrir a los reservistas de Antauro; a los ronderos; y, por supuesto, a su estratégico aliado político, el neo sendero luminoso que opera en el Vraem y vive latente en muchas zonas del país, particularmente en el sur territorial.
Es evidente que la fórmula constitucional para vacar, inhabilitar o lo que fuere al presidente de la República, estriba en la decisión del Congreso de la República. Es incuestionable, también, que hoy no existe el voto mayoritario de los congresistas para hacerlo, por culpa de unos miserables representantes de Acción Popular, Alianza para el Progreso y Podemos Perú. Particularmente ruin es la conducta de César Acuña Perales, propietario del segundo de los partidos nombrados. En consecuencia, una primera misión del ciudadano que repudia la estadía en el gobierno de un individuo no sólo incapaz de conducir los destinos de la Nación, sino imputado por el Ministerio Público como cabeza de una organización criminal que opera con sus familiares y sus amigotes, es protestar, de la manera que esté su alcance. Empezando por las redes sociales, los gremios empresariales, artísticos, literarios y cuanta otra organización social a la que puedan pertenecer, a través de las cuales manifestar su indignación al régimen de turno.
Y, además, para expresar su repudio hacia los congresistas tránsfugas que, perteneciendo a los partidos que recibieron el voto de la población -para trabajar siguiendo los principios por los que postularon- han traicionado a sus electores aliándose con el gobierno comunista, prosenderista de Pedro Castillo, por meros intereses económicos o sabe Dios de qué otra naturaleza. Al menos de esta forma, amable lector, usted se sentiría partícipe, en algún sentido, colaborando con esta cruzada por la Democracia. Una que implica desde defender las libertades individuales y garantizar el patrimonio de cada peruano -ganado con su esfuerzo-, hasta asegurarle el futuro a sus familiares y descendencia y, consecuentemente, resguardar los derechos universales de toda la sociedad.
Cruzarse de brazos cruzados esperando que “alguien haga algo” es, sencillamente, ofensivo.
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