¿Qué es lo mejor que tiene el Perú?
La respuesta recurrente ante esa pregunta es: ¡la comida! En efecto, las viandas peruanas satisfacen largamente todo tipo de paladares. La multiplicidad de sabores, ingredientes y climas obsequia a los peruanos tal variedad de platos que, en un significativo periodo de tiempo, pueden degustar potajes sin repetirlos. Sin menoscabo de esa fortaleza culinaria, el quedarnos en ella o usarla como referente para henchir el pecho de orgullo es medir la dimensión de nuestra patria a través del gozo que produce el trabajo digestivo.
La comida es expresión de otras cualidades que, al destacarlas, le otorgan su verdadero sentido. Alrededor de la mesa se pone en evidencia la hospitalidad que acoge con afecto al visitante, abriéndole la intimidad del hogar. La sala es el ámbito del protocolo; en el comedor se comparte la misma entraña familiar. En la cocina se prepara “algo especial” que aprisiona lo peculiar de la familia, para ser ofrecido en señal de cordial recibimiento. Ofrecer comida no es solamente atender una necesidad vital en cuya satisfacción no puede ser reemplazado, sino que se constituye en una suerte de afectuoso cauce que el arte en su preparación, facilita el diálogo, menguando las barreras y distancias, haciendo que la sobremesa fluya cordial, intensa y amical. El intercambio interpersonal sella lo que la comida estructuró a la relación.
El peruano es hospitalario y no un mero “gourmet”. Su aprecio lo demuestra abriendo la puerta de su hogar, ofreciendo su tiempo y potajes exquisitamente elaborados. La hospitalidad, por la importancia que se les atribuye, “minimizan” los costos del tiempo y de la comida. El calor del hogar se comparte efectivamente cuando la mesa es reflejo armonioso de la combinación entre el arte culinario con sus colores, con sus matices y con sus tonos, y la calidez en la hospitalidad.
La hospitalidad remite al hogar y éste, a la familia. Valor de altura en nuestro país que toca promocionar y preservar. Los almuerzos o cenas en familia son motivos de celebraciones o simplemente para compartir recuerdos, consolidar relaciones o sencillamente para decirse ¡qué bueno que estés aquí! Quien convoca hace un alto en su trajinar diario, para apurarse en procurar que los demás la pasen bien, sacando platillos que deleiten el paladar y cuyo aderezo principal es el cariño.
El Perú tiene valores fundamentales: la familia, el trato personal, la hospitalidad, la amistad, que se sirven de la comida para patentizarlos. No somos “vientres” que hay que llenar ni nuestra existencia se despliega frente a programas televisivos culinarios.
Somos un país como cualquier otro, con defectos, pero como son nuestros los vemos inconmensurables, pero también con valores y virtudes que quizá por propios, no les damos el lugar que se merecen... sin embargo, quien viene de fuera valora el tiempo, la atención y la acogida que se brindan a los amigos y a la familia. Todavía en el Perú se le da un gran espacio al ser y al estar con otras personas... a pesar de las estrecheces y dificultades ordinarias.
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