Que las Naciones Unidas paren las guerras
Mientras Rusia y Ucrania se mantienen en una guerra por más veinte meses, y hace escasos días el mundo es testigo del inicio de un nuevo conflicto bélico entre Israel y Hamás, millones de personas en todos los continentes se encuentran: unos desabastecidos de productos de primera necesidad, pasando hambre o expuestos a la desnutrición, y otros soportando las inclemencias del cambio climático que puede provocar daños irreparables a la salud de las poblaciones afectadas.
Estos enfrentamientos bélicos no afectan únicamente la relación entre dos o más Estados, sino también, directa o indirectamente, se ven involucrados otros muchos más, especialmente las grandes potencias, cuando adoptan una posición de apoyo a uno u otro país en conflicto, en procura de defender sus particulares intereses.
El respaldo que los países más desarrollados aportan a una de las partes en conflicto, enviando armamento más moderno y sofisticado que le permita actuar con mayor eficacia, tiene como objetivo que, al final haya un ganador y un perdedor. El ganador siempre será el que más apoyo recibió, y que como consecuencia de ello terminará, en su relación interestatal, verse sometido a la gran potencia que lo apoyó.
Frente a esa realidad que la prensa internacional nos informa diariamente, aparecen los comentarios de una variedad de internacionalistas que, bajo diferentes enfoques o criterios nos dan a conocer sus particulares puntos de vista sobre los referidos enfrentamientos, como es obvio, dándoles razón a una de las partes en conflicto. En la lectura de sus análisis se demuestra lo bien informados que están respecto a datos e informes que manejan, pero lamentablemente hay una ausencia real y concreta sobre propuestas de solución a dichos conflictos.
Es decir, son capaces para hacer un diagnóstico de la realidad objetiva de los enfrentamientos, pero son incapaces para proponer alternativas que permitan poner fin a los conflictos, de manera tal que los países que tienen a su alcance condiciones y recursos económicos y tecnológicos varíen la orientación de su actuación en el manejo del orbe, inspirados en darle a los pueblos del mundo la esperanza de un mañana mejor.
En ese sentido, por lo menos contamos con un organismo internacional, como son las Naciones Unidas, que congrega a casi todos los países del mundo, la cual debe dejar de ser únicamente el foro donde los representantes de los Estados Miembros expresan sus particulares puntos de vista, para luego regresar a sus países para continuar con las mismas malas costumbres y egoístas aspiraciones y, en su lugar, debe ser el medio más eficaz, como lo establece su Carta, para lograr la convivencia pacífica internacional.
Los pueblos de todos los continentes quieren paz, pero una paz no impuesta por condiciones establecidas por las grandes potencias, sino una paz en la que diversidad de ellos sirva para intercambiar condiciones que posibiliten el desarrollo de su comunidad.
En la mente y en las manos de los gobernantes de los países que hoy ejercen el poder para orientar el funcionamiento de la ONU está el futuro de la humanidad. De negarse a reconocer el papel que les corresponde como líderes de sus pueblos que los eligió, estamos expuestos a que “el hombre será el destructor de la humanidad”, de la cual él también forma parte. En consecuencia, hay que poner punto final a las guerras, y orientar el esfuerzo y dedicación del funcionamiento de los Estados a encontrar el camino que nos conduzca a la paz mundial.
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