¿Qué significa el 28 de Julio?
Para mí las primeras estrofas del Himno Nacional: “Somos libres, seámoslo siempre, y antes niegue sus luces el sol, que faltemos al voto solemne que la patria al Eterno elevó”. Y seguramente significó lo mismo para las generaciones sucesivas de compatriotas que nos han precedido, como lo es ahora para los 33 millones de connacionales integrantes de la Peruanidad dentro y fuera de nuestras fronteras. Sin duda quien lea estas líneas recordará que en el colegio cantó esa estrofa como parte de su diario vivir.
Ese fue mi caso personal y al margen de que la rutina a veces nos invadía, la letra quedó grabada en mi mente como un deber y un derecho. Deber de lealtad al Perú y derecho para decidir nuestro destino.
Sin embargo en este incesante caminar para servir a nuestra patria, debemos preguntarnos, ¿qué es la libertad y hacia donde nos conduce? Es evidente que mi libertad y mis derechos personales terminan cuando comienzan los de mi vecino. La libertad, siendo sagrada, no es un derecho absoluto individual ni colectivo.
La libertad implica tener la capacidad de tomar nuestras propias decisiones siempre que no violemos la ley. También implica responsabilidad, para asumir las consecuencias de nuestras acciones. Quizás comprenda “hacer lo que nos da la gana” siempre y cuando no violemos los derechos del resto. El ser humano es libre mas no irresponsable. La agresión al resto muchas veces termina en actos delictivos.
Estas reflexiones doctrinarias carecen de sentido práctico si no las aplicamos a la vida política del Perú. El 19 de julio último diversos sectores, desde Sendero hasta los grupos de izquierda, sin excluir a los llamados caviares, pretendieron organizar manifestaciones multitudinarias para provocar la caída del gobierno constitucional de Dina Boluarte, que representa la legitimidad en el ejercicio del poder. Fracasaron en ese malhadado propósito y no pudieron tomar Lima, al margen de que algunos pocos miles desfilaran por la avenida Abancay chocando con la policía en su empeño de generar violencia para que hubiera muertos. Esta vez no los hubo.
El gobierno con la experiencia de las anteriores protestas estuvo mejor preparado y no se produjo ninguna baja en los manifestantes, aunque si algunos heridos y por cierto en la policía, que nuevamente cumplió su deber de cautelar el orden público poniendo el pecho frente al ataque espurio de ciertos cobardes en su empeño de incendiar Lima. Hay que identificarlos, acusarlos, juzgarlos y condenarlos severamente por sus delitos que intentaron disfrazar escondidos dentro de la multitud. Tales crímenes no deber quedar sin castigo.
El Perú como tantas veces en su historia, se encuentra en una encrucijada, debe rechazar la violencia de quienes desean capturar el Estado y al mismo tiempo continuar su vida política y económica. Hay miles de necesidades insatisfechas a ser atendidas. Quizás ahora tenemos más recursos que antes, pero con el objeto de avanzar en la ruta del desarrollo debe haber paz social y un mínimo de responsabilidad en nuestros actores políticos y de sus seguidores en las calles. Bienvenidos a Lima los puneños y todos los peruanos de buena voluntad de aquí y de allá, siempre y cuando respeten el orden público.
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