Qué te sostiene
Winston Churchill fue un líder anímico, de los que inspiran a una nación. Arengó en la guerra: “Llegaremos hasta el final; lucharemos en los mares y océanos; lucharemos con confianza y fuerza en el aire; a cualquier costo; lucharemos en las playas; lucharemos en los aeródromos; lucharemos en los campos y en las calles; lucharemos en las colinas; no nos rendiremos...”. Cuando el mundo se creía derrotado por los nazis, Churchill tocó el nervio de un pueblo.
El 19 de junio de 1940 fue declarado en Gran Bretaña el Día de Acción de Gracias porque más de trescientos mil ingleses atrapados en Dunkerke y a merced de Hitler lograron escapar. Si la Luftware los atacaba los aniquilaba. No había salida, pero Hitler insólitamente se contuvo. La extrañeza dominó al mundo. Poco importa quien crea o quien no, hay un espíritu individual y colectivo que es la fuerza que impele a sostenerse en la dificultad, la llaman “fe”, “confianza”, “determinación” o como guste. Poco antes los británicos acudieron al llamado de Jorge VI a rezar al mismo tiempo, era una manifestación simultánea de certeza de que todo estaría bien y así fue.
Quizás no haya oído de Viktor Frankl, un reconocido psiquiatra, autor que fue prisionero de un campo de concentración. A diario veía, perplejo, a muchos de sus iguales derrumbarse y morir. La fuerza que lo sostuvo fue su llamada “ilusión de indulto”, la esperanza de reunirse con su familia o esa fe que le dictaba que continuaría luego con sus trabajos científicos, ese Estado lo salvó.
Pese al peligro que representa el virus que hoy perturba la vida (ínfimo en su naturaleza, pero poderoso en su contagio y menos letal que la insuficiencia de nuestra infraestructura de salud) muchos temen y es natural. Cuando la emergencia tiende a prolongarse y tantas cosas a deshacerse, la casa se vuelve nuestro hábitat, uno tan distinto al de los ingleses escondidos en subterráneos, tan distinto al de los marinos a tiro de piedra en Dunkerke o al del doctor Frankl, siempre en vista para ser gaseado por los nazis. Cuando en 1929 las bolsas caían, millones de estadounidenses quedaron en la ruina, Roosevelt les habló del Nuevo Trato, de la construcción de edificios, caminos y represas… esto es, de la ilusión.
Mucho no será lo que fue, pero, como en título de Zweig, ese que dejamos atrás fue apenas el mundo del ayer.