Querían recorrer el mundo...
Jorge Mandiola y Camila Quiñones –él, profesor de inglés y ella, fonoaudióloga- querían recorrer el mundo. Venían de Chile y su primera parada era el Perú, en donde planeaban visitar Machu Picchu para desde allí seguir a Bolivia. Compraron sus boletos de avión en el verano de 2020, pero por las restricciones sanitarias de la covid-19, tuvieron que postergar sus vacaciones. Tenían dos años de relación y era la primera vez que viajaban juntos.
Anhelaban, como tantos jóvenes, un periplo de sueños y aventuras, sin imaginar que la muerte los había citado sobre el suelo de Nazca, estrellados con una avioneta para turistas que se hizo añicos al despegar tras una falla mecánica. Con ellos fallecieron otras cinco personas, dos miembros de la tripulación y tres turistas más.
Sabían o intuían que, como escribió San Agustín, el mundo es un libro y aquellos que no viajan sólo leen una página. Ávidos de leer emprendieron su aventura y la terminaron aquí sobre unas líneas misteriosas que, al decir de muchos, son un jeroglífico del universo.
Kant no viajó nunca y Rimbaud hizo de los viajes y las aventuras una forma de vida. Ambos agotaron su periplo, el uno en unos cuantos kilómetros de Koenisberg, su ciudad natal; el otro en muchos puertos y tabernas alrededor del mundo. Kant descubrió la filosofía y Rimbaud la poesía y los dos el sentido final del viaje que es encontrar un camino e ir por él predestinado, solo, inquebrantable.
Sobre el origen de las líneas de Nazca hay varias hipótesis: referente cósmico de la cultura que se asentó allí, homenaje a los dioses de esas épocas y latitudes, y creación extraterrestre. Hay un colibrí, una araña, un mono y una figura humana, entre muchos otros dibujos, que se ven nítidamente desde el aire y que significan para el viajero una experiencia única, que los hace sentirse fuera del mundo.
Jorge y Camila las querían ver en el inicio de su viaje. Una refrescante sensación de peregrinos los envolvía. Su Meca, su Belén, su Muro, estaban lejos pero no querían saber cuánto. Sólo deseaban peregrinar en busca de emociones y de sí mismos. ¿A los 25 años acaso se puede querer otra cosa?
A esa edad yo quería ir a París, pero las circunstancias me desviaron a Najodka y Jabarosk, en el otro extremo del mundo. No soy un viajero ni quise serlo, pero mis rutas secretas -que también estaban escritas en el libro de San Agustín- lo determinaron así. Como en el caso de Camila y Jorge.
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