¿Quo vadis Perú?
No es novedad que el Desgobierno de turno nos lleva hacia el precipicio en medio de una dramática coyuntura mundial que obscurece aún más el presente y futuro de la República. Pero, la reciente censura parlamentaria de la impresentable ministra de Trabajo y su “forata” del Gabinete, si bien en lo inmediato ha servido para incrementar la crisis al interior del variopinto y dividido oficialismo, también podría ser una ventana de oportunidad para quien funge de Primer Mandatario para decidirse a encauzar su desastrosa gestión presidencial aunque ello suene tan utópico.
Las consecuencias de la renuncia de la ministra de marras tiene que haber servido a las adormecidas bancadas y ciudadanía demócratas para terminar de comprender –si otra evidencia faltaba- que la incapaz y corrupta camarilla que sostiene, medra, rodea y merodea coludida con quien ejerce la jefatura del Estado únicamente busca asegurar su cuota de poder y de dinero a costa del erario nacional y arrastrando a la ruina al Perú y a los peruanos. A estas alturas, el cuadro político no puede pintar más patético: el supuesto micropartido oficialista feudo del castrista Cerrón se ha declarado meramente “aliado” y no “camarada” y hasta eventual opositor del ocupante de Palacio; una facción disidente del mismo encabezada por el inefable congresista Bermejo, seguidor radical del modelo socialista boliviano y pro cocalero, acaba de equiparar a Cerrón con el gallinazo carroñero tan limeño que hasta una calle tuvo en el pasado.
Para colmo, la supuesta oposición democrática en el Congreso no pasa de avanzar tímidamente con una interpelación por aquí y otra censura por allá sin atreverse, por intereses subalternos o peores, a disparar la bala de plata que provoque la salida constitucional ante el insoportable caos institucional, social y económico en el que está sumido el país.
Todas las encuestas más o menos respetables señalan que ocho de cada diez peruanos de norte a sur desaprueban la gestión de Castillo y este rechazo ciudadano tampoco deja títere con cabeza en el nefasto Ejecutivo ni en el decepcionante Parlamento. La verdad, o se da pronto un golpe de timón desde el Gobierno por más improbable que parezca o será la creciente protesta y malestar popular la que tome las calles y señale la ruta del cambio constitucional. ¡AMÉN!
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