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Rakozi y tú

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Fecha Publicación: 08/11/2022 - 23:55
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¿Haces las cosas y te dedicas a lo tuyo, como si fuera la primera vez? ¿Te apasiona lo que haces pese a que a veces ello te puede mostrar el haz y el envés de la existencia? ¿Ayudas porque te nace pero también a veces te sientes atrapada en la tarea, expectante y, por qué no, triste, del curso que toman ciertos acontecimientos? ¿Te lo han dicho quienes te aman pero tú no entiendes, o tal vez no quieres entender o quieres entender pero tu sentido del compromiso te obliga a dar todo lo que está en ti? ¿Eres responsable por otros sabiendo que esa responsabilidad duele? ¿Sabías -que como dijo Antoine de Saint-Exupéry- uno es responsable para siempre de lo que ha domesticado? ¿Y que la famosa obra David Copperfield de Charles Dickens surgió entre tarros de betún en aquellos talleres junto al Támesis infestados de ratas y en dónde él con apenas doce años aprendió a ser solidario?

Carl Rakozi fue un poeta precursor de la famosa generación beat. Pero tenía una duda -la misma que tienen muchos poetas sobre la utilidad social de la poesía. Por eso se enamoró del trabajo social en el que había obtenido un máster en la Universidad de Pennsylvania y se olvidó de escribir. Treinta años -los más fecundos de su larga vida- mantuvo ese silencio. Las páginas estaban en blanco pero su vida no, porque escribía en el alma de los otros con sus pequeñas y grandes acciones de servicio. Sabía en el fondo de su ser que la poesía y el servicio social son casi antípodas porque mientras la primera es contemplación, la segunda es acción. Y él quería hacer sobre todas las cosas. Trabajó en Chicago, Boston, Nueva York, Nueva Orleans, Austin, San Antonio, San Luis y Cleveland, y desde 1945 hasta que se jubiló en 1968 fue director ejecutivo del Servicio de Familias y Niños Judíos de Minneapolis.

Que no te preocupe mucho, entonces, hacer por los demás si lo que haces es servirlos. Las carencias son tantas como los que sufren pero, a veces, una acción tuya puede bastar para sanarlos. Los poetas muchas veces escriben bien pero viven mal, porque lo suyo es la contemplación y ello con frecuencia lleva al desgarro vital. No te olvides, a todo esto, que el que nunca se equivoca se equivoca siempre.

Acercarse al dolor ajeno es una manera de limpiar el alma. Es frustrante no poder hacer casi nada cuando se quiere hacer mucho. Es triste acompañar el entierro de un desconocido al que has tratado como si fuera un amigo porque esa es tu tarea. Una tarea que harás siempre como si fuera la primera vez que alguien te llama o te busca para que lo ayudes porque sabes que esa es tu tarea.

Envidio a Rakozi como te envidio a ti. Lo mío es llorar sobre la leche derramada. Pero qué le voy a hacer. Sólo acompañarlo con palabras.

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