Razón de la sinrazón
La grave inestabilidad política y social que va desmoronando la institucionalidad en el país, con una economía que parece estar en caída libre, la ley de la turba parece que terminará imponiéndose como un poder real capaz de paralizar y poner de rodillas, como ya ha sucedido anteriormente, a todo el Estado.
Es bueno y, además, un deber, protestar contra la contaminación del medio ambiente, especialmente cuando se envenena el agua de los ríos, existiendo una frondosa legislación administrativa y penal al respecto contra los que provocan la contaminación o no la previenen o simplemente dejan que ocurra el hecho sin hacer ningún esfuerzo de prevención.
También es evidente que el Estado con instituciones tan venidas a menos, nunca ha ejercido un verdadero control de vigilancia sobre los entes que desarrollan actividades contaminantes, ni sobre los formales ni sobre los ilegales ahora llamados eufemísticamente informales.
Una cosa es exigir que se cumplan los protocolos de seguridad para prevenir la contaminación y, si se produce, tener planes de contingencia para un inmediato saneamiento y otra, totalmente inaceptable, renunciar a la actividad extractiva.
En el caso de la minería hay que tener en cuenta que no hay industrialización posible sin el procesamiento de minerales para convertirlos en insumos del desarrollo. La industria de la construcción es un claro ejemplo de la demanda de productos metálicos ya elaborados para que, a través de ellos, tengamos servicios de agua, luz, aparatos electrodomésticos, carpintería metálica, entre otros; y, del mismo modo la industrial metalmecánica y los elementos aplicados a cualquier clase de vehículos sin los cuales no habría transporte ni de personas ni de alimentos. La gran tarea es sentar base de industrialización.
La cuestión, entonces, no es impedir la minería (aunque en el Perú nadie protesta contra la minería ilegal o informal de Tambogrande o la que destruye la selva en la “pampa” de Madre de Dios), sino de lograr una minería “limpia” imitando a los países que más han avanzado al respecto como el caso del Canadá.
Además, debe evitarse la afectación de las expectativas sociales de las poblaciones aledañas. Aquí sí hay mucho por hacer: hay que capacitarlos para convertir a esa gente en la mano de obra calificada; hay que crear escuelas especiales desde la inicial para sus niños, con futuras becas en el extranjero para que se conviertan en los empresarios y ejecutivos del futuro, etc., y, fundamentalmente, protegerlos de posibles abusos que no se perdonan nunca.