Razones para el optimismo
Vivimos una guerra política desde que los fiscales norteamericanos expusieron al mundo la corrupción de las empresas constructoras brasileñas. A diferencia de lo ocurrido en EEUU, ellas no han pagado aquí las consecuencias de sus actos; después de ocho años, nuestros mediáticos fiscales no han obtenido una sola sentencia en contra de los empresarios y funcionarios locales que se doblegaron ante las multimillonarias coimas; presidentes, ministros, autoridades regionales, jueces, fiscales y periodistas, se confabularon para evitar la cárcel dirigiendo la opinión pública hacia sus adversarios políticos, muchos de los cuales nunca tuvieron una gestión de gobierno capaz de favorecer a esas empresas. La manipulación de la administración de justicia que se hace evidente hoy, la utilización del Derecho para atacar a los enemigos, solo es uno de los escenarios bélicos de la guerra. El problema es que, quienes luchan por su impunidad para poder disfrutar el botín obtenido, evitarán que gane las elecciones cualquier candidato que no les asegure protección; incluso están dispuestos a entregar el país a la extrema izquierda. Para ellos, el empobrecimiento del Perú tan solo sería un daño colateral.
¿Es posible ser optimista? Definitivamente sí. A diferencia del quinquenio pasado, gran parte de la opinión pública comprende lo que verdaderamente ocurre en el país, toma nota de la existencia de un nuevo Montesinos que, desde las sombras, manipula a tirios y troyanos en base al temor, pues a quien no se somete le envía fiscales y periodistas capaces de destrozar cualquier trayectoria profesional. Los peruanos informados sabemos que es necesaria y urgente, una reforma política que permita conectar a los representados con sus representantes, promoviendo un sistema electoral que termine por entregarnos un sistema de partidos capaz de sostener el orden constitucional y consolidar estabilidad política a mediano plazo. Nuestro pueblo entiende que la Justicia no puede obedecer a las pasiones y necesidades de los corruptos y delincuentes, por lo que debe reformarse desde los conceptos iniciales, a fin de cumplir su finalidad: ofrecer procedimientos enfocados en defender a la víctima y no al criminal.
En esa misma línea, y gracias al fracaso del socialismo bolivariano en Iberoamérica, el Perú sabe que el modelo económico a seguir es el implementado con éxito, por diversas tendencias políticas, desde 1992 hasta 2012. Un modelo cuyo objetivo es satisfacer las necesidades de la persona humana desarrollando las ventajas de una economía libre, donde el Estado incentive la competencia y elimine barreras burocráticas; un sistema donde la inversión se expanda creando nuevos puestos de trabajo y nuestro pueblo emprendedor explote su creatividad. La hoja de ruta está trazada, solo queda ponernos en marcha.
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