Recordando a Kennedy
Los analistas políticos latinoamericanos han debatido ampliamente sobre las elecciones estadounidenses, pero no han advertido que desde hace seis décadas demócratas y republicanos no han interesado en construir una plataforma de intereses y cooperación con nuestros países, a pesar de que el voto latino asciende a 32 millones y la comunidad hispánica es de 61 millones de personas, que representa el 11.7% de la población de USA. El presidente John Kennedy fue el último mandatario que se preocupó de la región. En 1961, en efecto, lanzó una audaz iniciativa denominada Alianza para el Progreso, comprometiendo 20 mil millones de dólares –US$ 174 mil millones actuales– en 10 años, para poner en marcha proyectos educativos, de agua, salubridad, reducción del analfabetismo, viviendas y apoyo a la democracia; de ese monto, 500 millones –US$ 4,370 actuales– fueron derivados al BID para su administración.
Con el fallecimiento de Kennedy, en noviembre de 1963, comenzó la penosa agonía de una valiosa iniciativa –ante el apático silencio de nuestras cancillerías– porque los recursos asignados fueron retirados para financiar la guerra de Vietnam y hacer frente a movimientos guerrilleros en el continente, impulsados por Cuba, con apoyo económico y militar soviético.
De ahí en adelante hemos sido convidados de piedra para la política exterior de Washington, que ha priorizado sus vínculos con países árabes, Israel, Europa, Rusia, China, la India, Corea del Norte y del Sur, circunstancia aprovechada por Moscú y Pekín para expandir su influencia política e intereses comerciales, económicos y financieros en el hemisferio.
Rusia, en efecto, es ahora una fuerte proveedora de armas, helicópteros, aviones de combate y de transporte en el continente. También ha instalado un centro de reparación y mantenimiento de helicópteros Mi-17 en el Perú y una fabrica de fusiles Kalshnikov en Venezuela. En al país llanero, además, es propietario de campamentos petroleros y gasíferos, en cobro de una deuda impaga por montos indeterminados. China, por su lado, es prestamista del régimen chavista –se estima que la deuda es de US$ 20 mil millones– y también, en paralelo, ha realizado grandes inversiones mineras en todo el continente.
Ambas potencias constituyen, empero, los mayores soportes internacionales del régimen genocida y corrupto de Caracas, al extremo que en el Consejo de Seguridad de la ONU se opusieron a respaldar una resolución para que ingrese ayuda humanitaria (alimentos y medicinas) a Venezuela.
Al concluir el evento electoral, el trabajo diplomático que debe desplegarse debe ser para construir una nueva plataforma de intereses y cooperación con la potencia del norte, indispensable en las actuales circunstancias donde la pandemia ha matado 315 mil latinoamericanos e infectado a 8 millones y medio de habitantes, provocando 34 millones de nuevos desempleados y 37 millones 300 mil pobres. En ese contexto, el Perú debe ser una voz fuerte, porque en USA viven un millón y medio de compatriotas que remiten un promedio de 1,300 millones de dólares anuales en remesas; asimismo, formamos parte del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) y desde el 2010 contamos con un Tratado de Libre Comercio que ha impulsado significativamente nuestras importaciones y exportaciones. Hacerlo, además, debe representar un compromiso compartido con la democracia, las libertades, la lucha contra la corrupción y la criminalidad y el respeto a los derechos humanos.