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Recordando a un estadista

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Fecha Publicación: 24/05/2022 - 23:00
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Con la desgraciada muerte –inducida por algunos fiscales y por una prensa miserable- de Alan García, y el posterior fallecimiento -a sus 102 años de edad- de Luis Bedoya Reyes, desaparecía del escenario peruano la figura del político estadista. Alan fue dos veces presidente de la República, en circunstancias diametralmente opuestas. Pero en ambas, no dejó de exhibir su impronta como líder de masas. Aunque en la segunda oportunidad dejaría, además, sellada su estirpe de claro estadista. Hombre polifacético y lector consumado, con pluma privilegiada, memoria envidiable, además de exhibir desbordante simpatía y enorme sentido del humor, Alan fue un inmenso orador.

Como pocos. Aparte de destacado docente. Ejerció la política con gran destreza. Mantenía el dominio de la escena. E intuía a oscuras los intríngulis de la realidad. Sobre todo, vivía siempre enterado -impregnado y al día- de la situación nacional. Indudablemente, sin temor a equivocarnos, fue de los presidentes mejor preparados para ejercer la jefatura del Estado, entre quienes han gobernado esta nación. Evidentemente, además de sus desbordantes dotes personales e intelectuales, García recibió una notable formación académica. Su larga permanencia en París, como estudiante, constituiría el eje de su adiestramiento como líder y como estadista. Cuenta Luis Gonzales Posada, su amigo de décadas, que García “tuvo el privilegio de conocer a maestros de gran talla que, de alguna manera, fueron moldeando su visión del mundo, la política, el gobierno y la sociedad.” Tras la desafortunada primera gestión presidencial de un económicamente corrosivo gobierno inicial -producto de su apasionado filón socialista, del que después enmendaría rumbos despertándole las iras a las izquierdas- los rojos le declararon una guerra santa. ¡La zurda criolla pensó que finalmente lo había destruido! ¡Pero en 2006, mostrando su gran resiliencia, Alan organizó un extraordinario segundo gobierno, que derivaría en que el Perú alcanzase cotas promedio de crecimiento superiores a siete por ciento anual, reduciendo la pobreza en más del cincuenta por ciento durante aquel lustro en que, por segunda vez, condujese los destinos del Perú!

Pero la inquina, la envidia y el complejo de inferioridad de la mal llamada clase política peruana, jamás perdonó aquella notoriedad alcanzada por Alan García. El gobierno de Ollanta Humala se encargaría de machacar las 24 horas del día, los 30 días del mes y los 1825 días del lustro que duró el humalismo, una campaña de desprestigio personal basada en imputaciones fanatizadas que nunca fueron probadas. Algunos fiscaletes y periodistas se hicieron eco de aquella guerra orquestada por las izquierdas. Y nunca dejaron de asecharlo, hasta empujarle a su muerte.

De haber vivido ahora Alan García el Perú jamás habría pisado los hediondos terrenos del comunismo al que lo ha llevado el régimen bolchevique de Pedro Castillo, impelido por esos cerrones, bermejos, bellidos y demás capitostes del marxismo sudaca bajo el dictado de La Habana. Gente decidida a entronizar la miseria, violencia, el hambre y el odio de clases. ¡Precisamente a cercenar los atributos que fueran la esencia del Alan que, hoy, estaría delante de la sociedad batallando contra los malandrines comunistas!

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