¿Recuperaremos el paraíso perdido?

Dina está retando a la Constitución por tomarse una foto junto a Lula y a otros presidentes latinoamericanos, algunos elegantes prontuariados, en la Cumbre Amazónica en Bélem, escapando por unos días del agobio que suponen los problemas reales del Perú. Sin embargo, nuestro país tiene tantos temas espinosos que la última de sus prioridades debería ser este viajecito inútil y caprichoso que le merecerá varias denuncias constitucionales. ¿Se justifica? Absolutamente no, estaríamos perfectamente representados por la Canciller.

¿Cuántas líneas le dedicarán los medios peruanos a la Amazonía? Seguramente muy pocas porque pareciera que no es un tema que cautive mucho, aún no se toma conciencia del inmenso daño que hace su depredación. Lo que ocupará muchas portadas y provocará cientos de comentarios, seguramente maliciosos, son los besos y abrazos de Dina con tal o cual mandatario o su peinado e indumentaria. Así de patético será.

Cada gobernante dará un discurso más falso que el anterior, pues no es la prioridad de ninguno de los participantes, a pesar de que fue uno de los temas más significativos de la campaña de Lula. Pensaran que la deforestación y degradación le pasará la factura a otro gobierno cuando hoy, objetivamente, ya se sienten los impactos: su capacidad de absorción de CO2 se ha reducido a la mitad. Pero la mayor expresión de hipocresía serán las declaraciones finales en las que se exaltarán los valores y principios de un Estado de derecho y reiterarán los compromisos de fortalecimiento de las instituciones democráticas. Letra muerta que autócratas como Maduro y Arce no tendrán ninguna vergüenza en suscribir.

El Tratado de Cooperación Amazónica tiene una antigüedad de 45 años (julio 1978). La Amazonía, otrora considerada el pulmón del planeta, hoy emite mas carbono del que retiene y se ha convertido en una fuente de CO2 mucho antes de los esperado, a consecuencia de la degradación y deforestación, que son situaciones conexas pero distintas. En el caso de Brasil (67% de la Amazonía) el área deforestada es de 10,000 kilómetros cuadrados, equivalente a la extensión de Jamaica, principalmente como consecuencia del acaparamiento de tierras, la expansión de las fronteras agrícolas y ganaderas y, la actividad minera.

Nuestro país, cuyo territorio alberga el 13% de la Amazonía, ha sufrido una deforestación de 10 millones de hectáreas en estos últimos 35 años, en plena vigencia del Tratado. Entre las causas más graves están: la minería ilegal en Madre de Dios, las dragas en los ríos de Loreto, los derrames de petróleo en territorios indígenas (generalmente provocadas por ellos mismos) y la tala ilegal. La Selva peruana es lo más parecido al Lejano Oeste, donde reinaba la ley del más fuerte. Esta madera ilegal no solo sale de nuestras fronteras como contrabando, sino que es “exportada” a Lima y termina en las fábricas de muebles de Villa El Salvador.

La tala ilegal en el Perú esta desenfrenada, a pesar de que existe una estrategia para combatirla utilizando sistemas de monitoreo satelital, operativos de transporte fluvial y terrestre para identificar el origen de la madera, entre otros, liderados por OSINFOR, pero son que absolutamente insuficientes. Además, penosamente, los fiscalizadores en algún punto perdido de la Selva no deben caracterizarse por su incorruptibilidad.

Los grandes contaminantes se niegan a firmar pactos que les impongan obligaciones demasiado onerosas y lo compensan con donaciones. Biden ha ofrecido US$500M al Fondo Amazonía, pero este dinero es insuficiente. Los ingresos que genera la depredación son mucho mayores y las mafias que manejan las operaciones delictivas, implacables.

La situación de la Amazonía impacta a todo el planeta, cuidarla es una tarea de amplio espectro internacional, los países de la Cumbre poco o nada podrán hacer sin un verdadero compromiso a nivel global. Penoso pero cierto.

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