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Refugiada de sí misma

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Fecha Publicación: 03/03/2020 - 20:20
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Un grupo de niños regresaba corriendo de la escuela. La niña rubia le dijo a la niña de rasgos africanos: métete al río porque si no te mato. Entonces, Shukri Abdi, de 12 años -nativa de Somalia y refugiada en el Reino Unido, al que había llegado con su familia a Londres el 2017 huyendo de la violencia en su país su natal- se metió al río y se ahogó. Su cuerpo fue encontrado cerca de su vivienda en Bury.

Pocos problemas hay tan patéticos como el de los refugiados. Millones de personas que son desplazadas de sus tierras y de sus casas por la violencia. Toman un camino, cualquier camino, y se marchan sencillamente para no desfallecer o morir. Familias enteras que se dejan llevar por algún forzado sueño, para escapar del hedor insoportable de la muerte, de la barbarie de la guerra, de la pobreza que clama al sordo cielo. Padres, madres y, especialmente, niños que ven tales horrores y sufren tales traumas, que adquieren un mal que los estudiosos han denominado: el síndrome de la resignación.

Se trata de una alteración fisiológica y mental cuya consecuencia puede ser la muerte y que afecta a niños que han sufrido traumas tan severos como los que sufren los refugiados. Primero la apatía, luego el dejar de comer y beber y la inmovilidad emocional y física, para terminar tendidos en una cama y en un profundo coma o estado catatónico, con total indiferencia al dolor pero con sus funciones corporales normales, sin razón biológica que explique su tan extraño mal.

El refugiado es no solo peregrino, forastero, transeúnte, sino inquilino precario y desvalido de una casa que en el fondo no acepta pero a la que necesita para tener siquiera un pedazo de tierra en donde caerse muerto. Su drama es insondable y ha adquirido en lo que va del siglo y antes, caracteres epidémicos y terribles. Según la Dra. Karl Sallin, pediatra de la Universidad de Estocolmo, parece que ese trastorno puede ser uno de los nominados disociativos, en los que las personas se desconectan de la realidad como forma de protegerse tras episodios indescriptibles en sus vidas.

Mientras el síndrome de la resignación se extiende, el cáncer de la violencia que lo provoca, no solo no tiende a desaparecer sino que hace metástasis en grandes regiones cada vez más ignoradas y olvidadas en el mundo.

Shukri Abdi, la niña somalí de 12 años que se ahogó obedeciendo una orden como las que hubo en Auswich, en Treblinka, en Derger Bensen, estaba acostumbrada a las arbitrariedades y a los vejámenes. Las orillas del Ilwer pueden de pronto parecerse a las de las costas africanas. Las balsas repletas, la gente cayendo al mar. No hay fotos más conmovedoras que las de los refugiados y, en particular, de los niños, náufragos, hambrientos, que no saben ni pueden explicar su éxodo y que ni siquiera han soñado con una tierra prometida.

La niña de Somalia que se ahogó a miles de kilómetros de su casa no era únicamente una refugiada de su país, sino de sí misma, de su avasallada psique, del egoísmo, de la maldad, de la increíble peripecia humana…