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Réquiem para Mozart

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Fecha Publicación: 04/04/2023 - 22:35
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Hoy miércoles 5 de abril, la Orquesta Sinfónica Nacional y el Coro Nacional del Perú presentan en el Gran Teatro Nacional a las 8.00 p.m. el concierto Réquiem de Mozart en Re menor, K 626, bajo la dirección orquestal de Fernando Valcárcel.

Esta pieza clásica de la música occidental sigue la secuencia de la misa de honras de la liturgia católica, musicalizando los versos del fraile franciscano Tomás de Celano: “Lacrimosa dies illa/ qua resurget et favilla/ judicandus homo reus./ Huic ergo parce Deus/ Pie Jesu, Jesu Domine” reza el introito del Réquiem.

El hombre que lo compuso tenía el oído perfecto, pero el cuerpo y el alma frágiles y nadie supo a cabalidad por qué. Algunos especulaban que la genialidad tiene ciertos contrapesos que no se pueden soportar y que terminan hundiendo para siempre al violinista con su violín, al alquimista con su atanor, al adivino con su bola de cristal.

Otros sospechaban que fue la avaricia de su padre la que le impidió ser el niño que quería ser y divertirse con los instrumentos y las partituras como seguramente hubiera preferido.

Fue, como decía Goethe, un enviado de Dios y en ese carácter maravilló a sus contemporáneos, pero, al mismo tiempo, tuvo que cargar su cruz y sentirse solo y abandonado.

El poeta y músico E.T. Hoffman dijo de él algo que cualquiera puede comprobar: que supo decir con sus notas aquello que las palabras son incapaces siquiera de insinuar. Compuso mucho, probablemente alentado por un insaciable afán que lo llevó a imaginar la armonía perfecta, aquella que le ocultara el clamor de la desdicha.

Su Réquiem en Re Menor quedó inconcluso, pero con él se despidió, no de los cuatro amigos que lo acompañaron a su entierro, sino de los millones de hombres y mujeres que desde ese mediodía de diciembre de 1791 han utilizado su música para reconciliarse con la vida. A menudo, recorriendo de extremo a extremo su modesto cuarto o sabiéndose tan cerca de Constanze Weber que se sentía tan lejos, pensaba sus obras y luego las escribía. Nadie como él supo alternar -tal cual lo dejó registrado en ese Réquiem que escucharemos esta noche- el sonido de la muerte simbolizado por la propia orquesta, con el sonido de la vida representado por los jubilosos coros.

En el álbum que lo acompañó a la anónima tumba, su mujer, Constanze Weber escribió: “¡Querido y amado esposo! Mozart, inolvidable para mí y para Europa entera. Ahora estás bien ¡bien para siempre!”
En unas horas se alzará el telón y los primeros sonidos de las cuerdas que simulan los pasos de los cargadores del féretro se escucharán… Requiescat in pace, Amadeus…

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