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Responsabilidad penal de Vizcarra

Fecha Publicación: 14/10/2019 - 21:30
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Que los gobernantes son responsables ante sus comitentes, y que no se puede regir impunemente, es principio de data contemporánea. Es un postulado del moderno Estado Democrático de Derecho nacido en 1789 a la sombra de los ideales que enarbolara la Revolución demoliberal de aquella fecha. Hasta entonces el príncipe había sido considerado como un personaje que gobierna a su arbitrio sin limitaciones y sin restricciones en virtud de un mandato de origen divino o semidivino.

Es decir que la fuente inmediata del poder es algo extra humano, derivado de la gracia de Dios. Los rasgos del absolutismo son, sintetizo: el monarca, según la teoría legal, es representante directo y único de Dios en la nación o pueblo que gobierna, transmite a sus sucesores el derecho al poder absoluto sin que para ello la nación o el pueblo sean consultados, pues la teoría legal supone de antemano el consentimiento de los súbditos. Estos deben conformarse con los designios de Dios que así lo dispone.

El ejercicio del poder político del Gobierno, o si se quiere, el modo de ejercer ese poder y su extensión, dependen exclusivamente del libre arbitrio del jefe supremo, pues él es la única autoridad que está capacitada por la teoría legal para establecer y ordenar el régimen gubernamental. Como se decía antes y como todavía hoy se dice convencionalmente en el derecho publico inglés el monarca es la fuente de toda autoridad y de todos los honores. Un monarca considerado como Dios o como representante de la divinidad no podía ser forzado a rendir cuenta de sus actos ante la Nación.

Si algún tipo de responsabilidad se perfilaba era la de los funcionarios inferiores ante la persona del príncipe. Y la única exigible al Monarca según la teoría legal del absolutismo era la que podía demandarle a Dios. Esta situación permite expresar “el Estado soy yo”, frase cínica que comprende todo el sentir de ese tipo de soberano, al estilo de Vizcarra. Dice a este respecto Jean Dabin: “Se perciben sin dificultad las consecuencias muy ventajosas para el príncipe, que se desprenden con toda naturalidad de estas teorías: designado por Dios directa o indirectamente, el príncipe no es responsable de su gobierno más que ante Dios y de ninguna manera ante sus súbditos, que no tienen ni derecho de control ni derecho de amonestación”. Ese absolutismo que lo condenará es el practicado por Vizcarra.