Responsables e inconsecuentes
El lunes pasado, en un intento de atenuar sus cobardes declaraciones culpando a las fuerzas del orden de las secuelas de los disturbios provocados por los secuaces de Pedro Castillo, la presidente Dina Boluarte fingió respaldar a las Fuerzas Armadas.
Y esa misma tarde se reunió con los altos mandos de las FFAA para reiterarles su apoyo y tratar de convencerlos que lo que dijo en una entrevista a “El Comercio” el domingo 7 había sido “malinterpretado”. En realidad, a estas alturas, ya es muy difícil creerle. Dice y se desdice con tanta rapidez que, finalmente, ninguna de sus versiones resulta verosímil.
Como bien precisaron en un pronunciamiento altos mandos del Ejército en situación de retiro, Boluarte “y las más altas autoridades del Gobierno que decretan el Estado de Emergencia y disponen el empleo de las FFAA deben asumir sus responsabilidades, evadirlas afectará gravemente en el futuro las posibilidades del Estado de asegurar el Orden Interno y la Defensa Nacional.”
Es obvio, pero hay que repetirlo muchas veces porque todos los comunistas y caviares –que simulan una postura equilibrada y reflexiva- siguen con la cantaleta de que hay que investigar y sancionar a los miembros de las fuerzas del orden: si se envía a las FFAA, que están preparadas y armadas para la guerra y no para el control de multitudes, a proteger instalaciones o carreteras, a sabiendas que hay turbas violentas que de todas maneras, indefectiblemente, los van a atacar con piedras, artefactos explosivos y armas hechizas, es más que probable que al rechazar la agresión de esas catervas, alentadas y guiadas por senderistas y violentistas, se produzcan muertos y heridos.
Que es precisamente lo que buscan los azuzadores, los socialistas del siglo XXI y los grupos delincuenciales que se vieron afectados por la pérdida de poder que implicó la caída de Castillo.
Además, era obvio que la Policía Nacional iba a ser rebasada por las turbas si se le enviaba desarmada, sin siquiera los instrumentos más adecuados que posee para enfrentar ese tipo de disturbios, las escopetas de perdigones de goma, que usadas adecuadamente no son letales y sí muy disuasivas.
En este caso, quedó absolutamente demostrado que Boluarte no solo comandaba, sino se entrometía en detalles operativos que no son de su incumbencia: ordenó públicamente a la PNP ir desarmada, sin siquiera escopetas, a enfrentar multitudes violentas con el previsible resultado de cientos de efectivos heridos y una Policía impotente para contener a las turbas.
En suma, por los propios errores del Gobierno, la Policía fue superada y tuvieron que intervenir las FFAA con consecuencias absolutamente predecibles.
No pueden, pues, Boluarte, Alberto Otárola y los ministros implicados, evadir su responsabilidad y tratar de culpar, alevemente, a sus subordinados, que cumplieron con sus órdenes poniendo en riesgo su vida y su integridad. Las fuerzas del orden no han delinquido, han cumplido la misión encomendada y los gobernantes deben agradecerles y no sacrificarlos.
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