Retorciendo la historia
Hoy se realizarán las exequias del expresidente Alberto Fujimori. Concluye así un período de nuestra historia que, por las connotaciones sociales, políticas y económicas que dejó marcadas hasta hoy –y por muchos años más–merece ser analizado sin apasionamientos ni complejos.
Nadie puede negar que, a lo largo de aquella década, nuestro país despertó, cambió y mejoró proporcionalmente como nunca en su historia. Identificada como la principal beneficiaria de esa transformación, aparece toda una generación de jóvenes cuyas familias pertenecían al estrato de pobres; pero cuyos hijos pasaron a formar una vibrante clase media que hoy tiene bajo su cargo a importantes sectores de la economía nacional.
Aunque la metamorfosis más trascendente que nos dejó el régimen presidido por Alberto Fujimori fue aquel impulso, aquel coraje y las ganas de hacer algo por su patria –y por ellos mismos–, esperanza que había desaparecido entre los peruanos tras el inconstitucional, nefasto, violador de los derechos humanos y cleptómano régimen velasquista, que pretendió igualar en la miseria a toda la sociedad.
A partir del sábado 12 de septiembre de 1992, de pronto cambió el panorama y surgió un impulso de progreso entre toda la sociedad peruana, como jamás se había conocido.
Fue el día de la captura del genocida guzmán reinoso. Un asesino en serie, responsable y culpable –directo, como indirecto– de cegarle la vida al menos a treintaicinco mil inocentes peruanos; destruir infraestructura valorada en doce mil millones de dólares; devastar la economía nacional a punta de infundir pánico a la población, y espantar al capital de los inversionistas, locales y foráneos, indispensable para el progreso del país.
Pero el Estado aún no digería los estragos de la catástrofe financiera producto del pésimo primer gobierno aprista. Pues la suma de todo aquello, agregada al shock económico que heroicamente impuso Fujimori –como primera medida de su gobierno; aunque recién daría resultados al año siguiente– hacía prever que el crac nacional se extendería, al menos, otro lustro. Por fortuna no fue así. Precisamente, por ese extraordinario estímulo que produjo el final del terrorismo, signado por la captura del genocida guzmán y del estado mayor de los psicópatas senderistas y emerretistas.
Sin embargo, nadie imaginó que en los predios de la izquierda elegante –los caviares– sujetos como Diego García Sayán ya elaboraban un siniestro proyecto para excarcelar a los terroristas presos, tras la exitosa batalla antiterrorista emprendida por Fujimori. ¡Fue la venganza del comunismo! ¡Y vaya que se vengaron!
Conocedores del pie que cojeaba el flamante presidente Toledo, consiguieron que promulgue un bodrio venenoso –llamado comisión de la verdad– con rango de Biblia obligatoria para todos los peruanos.
Y a través de aquella inmundicia, la izquierda reescribió la historia a su manera, convirtiendo a los terroristas en víctimas y al Estado peruano en victimario. ¡Lo demás es historia! Conclusión: Los únicos asesinos de los 35,000 peruanos fallecidos durante aquel cuarto de siglo de sangre y muerte, fueron abimael, serpa y sus súbditos senderistas y emerretistas. Todo lo demás es una historieta reescrita con falsedades inventadas por la infausta CVR.
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