Retrato de un falso valor
Esta es la nación de los falsos valores. Desde la segunda mitad del siglo pasado -pero con muchísima mayor intensidad a partir del presente milenio- el exhibicionismo de los falsarios es realmente procaz. Gente que se arroga una importancia que jamás tuvo, basada apenas en generar una imagen incluso contraria a su verdadera personalidad, con la ayuda de “expertos” en fabricar percepciones falsas crecientemente apoyados por las redes sociales. Y en particular, por aquella octava plaga del mundo llamada las ONG que, a cualquier títere con cabeza -siempre y cuando integre la camorra caviar, malparida por el santo grial de las oenegé- los elevará al rango de próceres, como peruanos pleróticos de valores. Contrario sensu, a quien no calce con el “pensamiento único” de ese controvertido universo de las oenegé, sencillamente se le degradará a la categoría de ripio. Si bien este vicio lo vemos en casi todo el mundo occidental, en el mundillo peruano esta realidad se convierte en dogma de vida para quienes, sin ser nadie ni tener un Dios te guarde ganado con el sudor de su rostro, pretenden pasarla bomba durante su existencia en este planeta, cada vez más envenenado, intoxicado por el hedonismo y por la huachafería del figuretismo elevado a niveles de paranoia.
En este orden de ideas, amable lector, Francisco Sagasti y Hochhausler, viene a ser el paradigma del falso valor contemporáneo. Rodeado de un aura de gran superioridad, mucha prestancia, inmensa erudición, modales refinados y, fundamentalmente, de una inconmensurable autoridad moral, Francisco Sagasti y Hochchausler serpentea por la vida como una eminencia digna de merecida admiración. Y, por qué no, del aplauso y el sometimiento de la sociedad ante su excelsa figura. Su paso por la presidencia de la República, sin siquiera haber recibido un solo voto por parte de la ciudadanía, muestra su prefabricado, falaz señorío. Quienes lo eligieron presidente del Congreso fueron los mismos que orquestaron el golpe de Estado contra Manuel Merino, produciendo dos muertos que después se los endosaron al entonces presidente acciopopulista, para luego sacarlo inconstitucionalmente de la presidencia de la República.
Como todo rojo encubierto, Sagasti se opuso a que el sector privado importe la vacuna contra el Covid, con una frase que le pinta de cuerpo entero: “No queremos que el que tiene plata se vacune y el que no tiene, no”. Asimismo, anularía la ley de promoción agraria que diera luz a uno de los más grandes gremios agroindustriales del planeta; y se opuso a la ley que la sustituyó, promulgada por el mismo Congreso que después lo eligiese presidente. El costo de su cabildeo con la izquierda fueron tres vidas segadas.
Pero donde quedó claramente retratada la verdadera imagen del Sagasti falso valor es cuando él decidió modificar la legislación para seleccionar al Secretario General de la Presidencia, anulando todos los requisitos de precalificación. Con lo cual le facilitó al comunista Castillo designar a un corrupto, como Pedro Pacheco, consolidando de esa manera a la mafia marxista que, desde entonces, se ha instalado en el poder.
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