Retratos familiares de Ricardo Sumalavia
Leí Retratos familiares, de Ricardo Sumalavia, en 2001. Ahora, 20 años después, la lectura de su edición de aniversario ha sido igual de inquietante.
Si bien, mi memoria frágil no guardaba la finura de los personajes ni la contundencia de las anécdotas con nitidez, hubo algo así como la memoria del gusto la que se activó apenas empecé su lectura.
Los cuentos que componen este libro relatan el silencio de la familia. Los hogares construidos por penosos secretos, una especie de crímenes colectivos en el que todos son víctimas y victimarios.
Así, las historias se construyen a partir de sólidos lazos fraternales establecidos, en muchos casos, de modo enigmático y es ahí donde se enciende el talento.
Los relatos de Sumalavia no cuentan los que ha pasado, pero lo hace presente y motiva las acciones. El lector, ante esto, queda intrigado. Aunque creo que el término preciso sería “estimulado”. Dispara la imaginación y el juego de posibilidades. Como un cazador, une los elementos que los personajes sueltan, que riegan en el escenario, para tratar de entender qué pasó, cuál es la causa de la tristeza o la furia con la que actúan.
No es que Sumalavia busque evadir los adjetivos o las descripciones. No es de lo que escribo, o de lo que él escribe.
La construcción de los personajes es adecuada, coherente y muy fáciles de imaginar; al igual que los espacios en los que suceden los relatos.
Pero lo que le interesa es narrar un sentimiento, una sensación, algo así como el fantasma que habita en la casa; aunque, por supuesto, se concretizará en la acción narrativa. A esto me refería cuando señalé que me despertó una especie de memoria del gusto.
Retratos familiares produce la misma sensación que el llegar a una casa en las que todos se han insultado sin piedad.
La reedición por los 20 años de este libro es más que adecuada, es una fiesta en la que celebramos el silencio, la técnica, la buena escritura.
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