Rodrigo Botero en Lima
Iba caminando por el centro histórico de Lima, confundido con mucha gente yendo de aquí para allá. Muchos turistas se acercaban preguntando por uno u otro museo. Sí, pues, a pesar de que la huésped de Palacio de Gobierno es ajena a todo lo que sucede a su alrededor, la gente trata de hacer su vida llevando la procesión por dentro.
Acompañaba a escudriñar los rincones de Lima a la poeta colombiana María Rosario Laverde, de pronto mí interlocutora se detiene y me dice: “Ahí viene Rodrigo”, sin idea alguna hago sintonía con ella y me acercó y participo del efusivo saludo a su amigo. Se trataba de Rodrigo Botero, sí, el defensor de la Amazonía, el promotor de la paz en Colombia, el incansable promotor de los cultivos alternativos y de toda actividad ordenada, sostenible y amigable el uso de nuestros recursos naturales.
Lo imaginé inmediatamente apagando los incendios; como si el fuego se apagara tan solo con la fuerza de su aliento; como si ante su presencia los deforestadores salvajes y mineros ilegales huyeran embarrados con su mercurio; o como si a los taladores de esperanza les volviera el hacha ante sus propias manos y pies y clavara el filo de su odiosa arma blanca cortando sus empequeñecidos o casi desaparecidos corazones; o de todos ellos caminando como un odioso enjambre embarrados de blanco y hambriento de oro. Sin embargo, estábamos ahí, conversando, atestiguados por un lado por la Casa de la Literatura y por el otro, por ese edificio que alguna vez brilló como Palacio de Gobierno y que cada vez se parece más a un antro. Entonces se me cruzaron simultáneamente tantas preguntas sobre la crisis de nuestra Amazonía, sobre el peligroso avance de todos los males sobre nuestra selva, etc., etc. Ante mis mudas preguntas la respuesta la imaginé como si lo estuviese escuchando en algún foro sobre conservación o desarrollo sostenible o ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas o en la Mesa de Diálogo de Paz del gobierno colombiano.
Minutos después de tan valioso encuentro, un abrazo fraterno nos despedía. Ojalá que su estadía en suelo peruano haya sido provechosa. En los días siguientes no oí mención alguna sobre él. Nuestros noticieros están abocados en recoger los restos de la piel de una de los “personajes estrella” que siempre “entretiene” a una población cada vez más ciega, sorda y muda. Ojalá que nuestro ilustre visitante, un promotor a tiempo completo de la preservación de la región amazónica, ratifique lo que siempre afirmó: “Eso es finalmente lo que venimos a hacer aquí: tratar de curar este mundo”.
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