Sábado por la tarde
No figuraba en mi agenda, itinerario ni derrotero. No se había insinuado con señal premonitoria ni soplo post operatorio. No hubo nada que pronosticara el encuentro de esas grandes letras bordadas con lana de colores sobre paño marrón ofreciendo ORQUÍDEAS, así con mayúsculas. Imposible esquivarlas o hacerme el ciego. Sin duda ni murmuraciones hechas canciones y sin invocar Sésamo crucé la puerta abierta y encontré escena suficiente para quedarme. Vi el celular, tenía veinticinco minutos y cien metros de vereda para llegar a la reunión con Ingrid Humel. Me quedé enfrascado con el color de las orquídeas que dispuestas sobre la mesa bajo la sombra precisa de la sombrilla azul más que tesoro para la petaca de Ali Baba eran regalo para Zherezade y fueron motivo para preguntar, conversar, hacer fotos y nuevos amigos. Pasaron veinte minutos, que pudieron ser más. Agradecí ofreciendo visita al día siguiente, domingo, siempre en domingo. Quería escuchar y ver lo que me faltaba conocer de ese espacio que tiene un combinado de otro tiempo con ahora, unos toques de magia con fantasía de cuento nuevo sobre boceto antiguo. Me despedí de Juan Carlos Tealdo Wensjoe, sábados y domingos tiene las orquídeas, phalenopsis, que vienen de Holanda al orquideario de Martha Bauer en Lurín, de ahí, escogidas, llegan al 101 de Pedro de Osma, Barranco, donde sábados y domingos de 3 a 5 las vende, lo apoya Leandro Pimenta y la señora Lorgia Sánchez Espinoza es “entusiasta compradora y positiva coleccionista”.
El domingo con un calor de desierto fue de película. Tomé la T, repleta, la patota iba de paseo a la playa con chacota, mochilas, pelotas, sombrilla, radio que a full repartía trisílabos con faena de almohada. Tráfico atarrugado, pérdida de tiempo, la hora no corría volaba… ni con ayuda de Peter Pan llegaba puntual al oasis 101 la magia del portón las orquídeas ordenadas sobre la mesa esos antiguos árboles las escaleras arrimadas a un costado y el personaje que el sábado no vi, pero en las fotos aparecía. Bajé la guardia, mañana llamo. Me lo dije antes de comprarle ese chup de mango al vendedor con peluca de payaso y una sonrisa que se hacía más grande con su espeso maquillaje. Proeza la suya llegar a mi sitio con la caja de helados, atravesó la muralla humana instalada en el pasadizo del ómnibus. Bueno la historia continuará cuando regrese. Toqué timbré, bajé. Otra proeza.
El martes por la tarde volví. La amena conversa fue en el taller donde Juan Carlos, pinta, guarda sus cuadros y los trabajados por su padre, Carlos Tealdo Ronzoni, su primer maestro de pintura, Lucy Angulo Lafosse en su taller La Bottega, la segunda. “Trabajar. Pintar con mucho amor, luz y paz es mi religión. Como la recibí de mi padre y abuelos”, dice Juan Carlos recordando su primera exposición individual presentada en la Biblioteca Galería de la Municipalidad de San Isidro, 2021. Su abuela, Anita Ronzoni Lagomarsino, hija de un importante experto en tintes para textilería, Milán fines del XIX, recibió desde niña clases de piano, tocó para el rey de Italia en el Teatro Carlo Felice, Génova. Su abuelo, Ernesto Tealdo Daneri, genovés, fundador de NB Tealdo y Cia. fue uno de los tres sobrinos enviados por Nicola Tealdo a Perú con tarea precisa, mantener el cultivo de café sembrado en Tarapoto y la elaboración del Café Zena. En el centro de Lima frente a las oficinas del Correo Central se mantiene la pequeña tienda donde aún se vende y perfuma el famoso café.
Volveré otro día para continuar la conversa, ver sus cuadros, los recuerdos familiares y el espectáculo de las phalenopsis, la variedad de orquídea más apreciada por muchos decoradores.
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